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ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

¿A dónde va el venado?


Sábado 24 de Octubre de 2020 8:11 am


A 2 meses del inicio de la temporada de venado 2020-2021, las lluvias casi se han ido y el calor ha subido tanto que estos días parecen del verano, no otoñales. Con temperaturas por arriba de los 33 grados a la sombra en horas de resolana, el monte tenderá a una desecación más rápida que la temporada anterior. Esto es relevante en la caza, sobre todo la de ciervo.

En la temporada 2019-2020, las lluvias extemporáneas mantuvieron verdes las montañas más tiempo de lo habitual. Incluso, los primeros meses del año todavía cayó mucha agua de los cielos. ¿Y qué relación guarda el exceso de precipitaciones pluviales con la cinegética, particularmente con la venatoria?, podrían preguntar quienes desconocen los detalles finos de esta práctica apasionante para muchos.

Son varias las consecuencias de las tormentas a destiempo. La ley permite cazar ciervos en Colima a partir del tercer viernes de diciembre. Para entonces, los montes han perdido parte de su follaje. Hierbas y arbustos del sotobosque otorgan al tirador una visión a mayor distancia que cuando todo es verdura. La flora de menor tamaño es una defensa adicional de las reses de los montes, si bien los grandes árboles también los protegen cuando se resguardan detrás de los troncos anchos o las palizadas delgadas y tupidas. Es dificilísimo acertar un disparo cuando se ocultan o semiocultan en esa clase de vegetación. Y ellos, por contraparte, pueden observar al tirador al mínimo error de movimiento. Es parte de ese duelo en que casi siempre vence el bicho.

Cuando todo es verdor, la caza se complica hasta volverse casi imposible porque los fantasmas del bosque se tornan invisibles. Aún más, su andar es inaudible. Como el suelo y la hojarasca se encuentran húmedos, los de por sí sigilosos pasos del ciervo son silentes. Se desplazan como si flotaran.

Por lo contrario, cuando las lluvias han caído regularmente y cesan a tiempo como ahora, el ciclo del bosque es, digamos, regular. Las reses salvajes recurren a otras herramientas de defensa natural. Han perdido la barrera del follaje y echan mano (¿o patas?) de vista, oído, olfato y ese misterioso don de la percepción extrasensorial, eso que los cazadores llamamos “sentir”. Sin ver ni oír ni olfatear, el venado “siente” el peligro y regresa por su ruta. ¿Cómo lo hace? Lo ignoro, pero ocurre. Al percibir el riesgo y aun sin haberlo verificado, la primera reacción del cauteloso animal es detener la marcha, quedarse quieto como piedra. Luego, a manera de reto, patea el suelo para después huir. Algunos zoólogos explican que de esa manera las ondas que la pisada fuerte lanza a tierra, la recibe de regreso, como un eco, a través de formaciones nerviosas que van de la pata al cerebro. En efecto, disponen de una oquedad en medio de la pezuña. A diferencia de los bóvidos y los equinos, los cérvidos la tienen dividida en dos partes, de donde les viene el nombre de ungulados.

Para la manera como prefiero la caza de venados, la resequedad es de primera importancia. Mientras haya lluvia y encuentren suficiente humedad en la comida, acuden poco, casi nunca, a beber a los ojos de agua, a los estanques o a los escurrimientos. Cuando, en cambio, el secano arrecia, los viajes al líquido se les tornan indispensables. Y lo son más cuando comienza la corrida, berrea o brama, esto es, el tiempo de celo de las venadas. Detrás de las hembras, los machos caminan, corren y pelean entre ellos por el privilegio de montarlas y preñarlas para perpetuar sus genes. Casi siempre gana el más fuerte y valiente, si bien de vez en vez los jóvenes aprovechan la distracción de sus mayores -enfrascados en las reyertas que en ocasiones son a muerte- para hacerse de una venadita. En todos lados hay mañosos y gandayas.

Extenuados por el esfuerzo extraordinario demandado por la berrea, los machos necesitan beber y acuden de prisa a los ojos de agua. Arriban con menos precauciones que en tiempos de paz. Esa es una ventaja para el tirador paciente capaz de esperar despierto todo el tiempo necesario, sin dormir hasta por más de 24 horas. En esa época, que dura unas cuantas semanas, las probabilidades de encontrar un ciervo macho grande y viejo son mayores para quienes vigilan un depósito de agua que para aquellos que espían los sitios de alimentación. Durante la corrida, los ciervos comen poco y beben mucho.

La desventaja del cazador consiste en que hay muchos ojos de agua en el monte. ¿A dónde van los bichos? Como pueden los venados acudir al de su aguardo, bien pueden escoger otro cualquiera. ¿Dónde está entonces la probabilidad de acertar? En leer correctamente las señales que la corrida deja: remoción del suelo, hojarasca batida, tallos descortezados por la frotación de astas y el ruido estridente de los varios que persiguen a una o dos ciervas en celo. Nada fácil, cuando bien pueden estar cerca ahorita que en las montañas contiguas media hora después.

Siempre será para el cazador una apuesta, una decisión sobre la incertidumbre, hecho que, de paso, incrementa la emoción de la venatoria. Por eso, para ir a un aguardo exitoso, hay que ir a todos. De diez intentos, uno o dos pueden dar frutos. Son las reglas del azar. Así es esto. Qué le vamos a hacer.