Sabbath
ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA
Vuelo de palomas
Sábado 31 de Octubre de 2020 10:42 am
1.- Rito agradable, el
arribo al campo de caza antes del amanecer es satisfactorio. Encontrarse ahí,
en el silencio oscuro previo a romper el alba, imbuye calma, paz, tranquilidad.
El viento es fresco y conforme el otoño avance será frío a esas horas. Un frío
grato en una tierra calurosa como la nuestra. Temperatura soportable con un
abrigo ligero y hasta con sólo la chaqueta de cacería. Cerca, queda estacionada
la camioneta. Antes que desenfundar las armas, abastecerlas de cartuchos y
tomar las mochilas, aparecen primero los termos de café, humeantes cuando se
les destapa. El aroma levanta el ánimo y termina de despertar a los desvelados
que lo beben. Estos días hay que dejar la cama a eso de las 4 de la mañana para
preparar los arreos, repasar la lista para no olvidar nada. Luego, la reunión
con los amigos para partir, cargar gasolina y abastecerse de bocadillos en las
tiendas de conveniencia, si no se llevan de casa, antes de tomar la carretera. En el camino, el viento
de la madrugada entra al vehículo y desmemoria al calor de la ciudad. A esas
horas, la autopista está casi vacía, unos cuantos tráileres que van al puerto o
vienen de él, carros y camionetas de quienes van al rancho o a trabajar en
cualquier pueblo o ciudad del trayecto. Gente madrugadora. Si es domingo, la
ruta es desértica. 2.- A mí no me gusta la
música en el trayecto. Prefiero la conversación con los compañeros. Charla de
cualquier cosa, menos de política ni de asuntos con los que uno lidia en la
semana. Cierta vez, cuando nuestro grupo era más amplio -la base de unos pocos
siempre ha sido la misma- nos transportábamos en varias camionetas. Uno de mis
amigos (qepd) me pidió que viajara con él para platicar. -De acuerdo, pero con
la condición de que no hablemos ni de política ni de impuestos ni tópicos
parecidos- respondí. Como a él le gustaban esos asuntos, fue la última vez que
me convidó a ir en su vehículo. 3.- Prevalece la plática
ligera, las anécdotas de diversos asuntos a veces intrascendentes, los
recuerdos de los compañeros que han fallecido y que permanecen en la memoria
nuestra por los momentos compartidos en la caza, la pesca y los asados que de
vez en vez organizábamos y hoy en veda por la pandemia. Hace poco, rememoramos
una de esas convivencias amenizada por un buen dúo de guitarra. Uno de los
contertulios (qepd) quiso cantar. Tenía una excelente voz. A modo de broma,
apenas entonaba los primeros versos de un bolero, alguno de los demás lo
interrumpía fingiendo una pregunta. Volvía el canto y de nuevo la
interferencia, ahora de otro. Poco a poco, nuestro tenor se enojaba más y más
hasta que estalló. -¡Vayan a la (el rancho de López Obrador), panda de
irrespetuosos!-, nos lanzó a la cara. Se escuchó una carcajada colectiva y él
se enojó más al descubrir la chunga. Unos minutos después pasó el disgusto y
entonces sí cantó y ganó el aplauso de todos. 4.- Simplezas como esa
son necesarias cuando la convivencia tiene el fin de reforzar amistades y
olvidarse del torbellino que suelen ser los días entre semana, cuando las
obligaciones de diversa índole nos acaparan y apenas nos dejan respirar. En estos días aciagos,
salir al campo se convierte en una importante ruta de desfogue de tensiones. En
los llanos, en los sembradíos de sorgo, maíz o “milomáiz” (así llaman algunos
campesinos al sorgo forrajero), en limonares o palmares, al pie de las
montañas, entre corrientes de agua, esperando el alba, la serenidad ingresa al
espíritu. Poco importa si al final de la jornada cinegética se tienen muchas o
pocas huilotas. De nuevo, vale la perspectiva del filósofo español José Ortega
y Gasset: más que la caza misma, lo relevante es “el estar cazando” y todo el
rito que envuelve a la acción. 5.- De todos modos, la
búsqueda de las presas y los buenos cazaderos torna en tarea constante. Así nos
sucedió hace poco a mis amigos y a mí. Tirábamos al pase de las palomas de alas
blancas en un palmar. Alto su vuelo, acertar resultaba poco más que difícil.
Pronto, dejaron de aparecer. Decidimos buscar en otro sitio. Rápidamente, nos
movimos unos kilómetros. Y de pronto, cuando nos resignábamos a regresar a la
ciudad con los morrales semivacíos, vislumbramos la tierra prometida. Parvadas de cientos y
cientos de alas blancas escenificaban un frenesí de vuelos cortos sobre un
sorgal pobre, esmirriado, mal fertilizado que, antes de temporada, habíamos
descartado del programa de la temporada. Llegamos con al menos
dos horas de retraso y aun así pudimos cobrar una percha aceptable para “que
chille la cazuela”, como decimos los cazadores. Ese vuelo de palomas
casi a ras de suelo es un escenario bien distinto al de las bandas volando por
lo alto en los pasaderos. Los pájaros se muestran al alcance de la escopeta.
Tras los disparos, se alzan, merodean en parvada y vuelven al grano. Aguantan
unos pocos pases y luego se van en definitiva. Nosotros retornamos a la
búsqueda de un cazadero más para la semana siguiente. Y así sucesivamente,
nómadas guiados por la intuición, hasta dar de nuevo con las grandes parvadas.
6.- Todo eso
espera el cazador que suceda. En tanto llega el momento de tirar, cuando el
campo es todo calma, la conversación de los amigos, el café, el cigarro y el bocadillo
labran un rito de paz, tranquilidad y contento. Poco antes
del alba, el mundo se muestra mejor.