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Tiempo fuera



HÉCTOR SÁNCHEZ DE LA MADRID

El Agente 007 estuvo en Colima


Miércoles 18 de Noviembre de 2020 7:18 am


EL casco de la Hacienda de San Antonio fue construido en las últimas décadas del Siglo XIX, entre 1879 y 1890, por el alemán Arnold Vogel, quien proveniente de Hamburgo arribó en buque a Manzanillo en 1868 y se asentó en las tierras altas de Comala, en donde desarrolló un emporio cafetalero en 3,392 hectáreas, en las que formó las lagunas El Calabozo, El Epazote y El Jabalí para almacenar agua, al tiempo que edificó un moderno sistema hidráulico que atravesaba cerros y montañas para regar con el vital líquido esa extensa zona. El café producido en San Antonio alcanzó a tener fama internacional por su gran calidad en la primera década de 1900 y llegó a consumirse en el famoso y lujoso hotel The Waldorf-Astoria de Nueva York.

La Revolución de 1910 afectó a la Hacienda de San Antonio y con ello inició la debacle de la entonces exitosa industria del café. En 1924, falleció la señora Clotilde Quevedo de Vogel, originaria de Tepic, Nayarit, y 2 años después, en 1926, murió su esposo, el visionario alemán Arnold Vogel. En 1955, la propiedad fue reducida por sus descendientes (de apellido Schulte Vogel), quienes la fraccionaron para protegerla del reparto agrario que había iniciado durante el régimen del presidente Lázaro Cárdenas.

Muchos lustros después, en 1973, el millonario boliviano Antenor Patiño, conocido como el Rey del Estaño, compró las ruinas del casco de la Hacienda de San Antonio, a través de su sobrino político, Luis de Rivera, de origen español, para ocultar el interés del en ese entonces uno de los hombres más ricos del mundo, con la idea de reconstruirla y convertirla en un hotel de montaña para complementarlo con el Hotel Las Hadas, que entonces se estaba edificando en Manzanillo bajo un proyecto del reconocido arquitecto José Luis Ezquerra de la Colina.

A la muerte de Antenor Patiño, su yerno, James Goldsmith, les compra la hacienda en 1987 a las tres herederas del multimillonario boliviano, a la sazón, la viuda, Beatriz de Rivera; su hija, Cristina Patiño, y la nieta, Isabel Goldsmith Patiño, hija de María Isabel Patiño y el propio Goldsmith, financiero, político y ecologista franco-inglés, quien contrató al arquitecto francés Robert Couturier para que reconstruyera las ruinas y creciera el proyecto a 6,131 m2 con el mismo estilo original. En 1997, muere Sir James Goldsmith, también uno de los hombres más ricos de su época y en 2000 se inaugura la Hacienda de San Antonio como un hotel súper exclusivo e híper caro, en el cual se alojan casi exclusivamente multimillonarios, políticos encumbrados e invitados especiales.

En el sitio www.tripadvisor.com.mx, la Hacienda de San Antonio, que cuenta con 25 habitaciones, anuncia el hospedaje “desde $16,406.00”, que sería la Suite Junior con vista al jardín a 673 euros la noche, que es prácticamente lo mismo.

Está claro que el proyecto de Patiño y Goldsmith en San Antonio nunca fue pensado en los colimenses comunes, como usted y yo, sino en personajes adinerados con nivel nacional o internacional o en personas que tienen la suerte de ser aceptadas para entrar al restaurante u hospedarse si tienen el dinero suficiente, aunque dicen quienes conocen el reglamento del hotel que hay una cláusula que estipula que en cualquier momento del día o de la noche se reservan el derecho de pedirles su desalojo si así lo decide el personal administrativo.

Los campesinos, los ejidatarios, los pescadores, que antes entraban y salían a las lagunas y sus alrededores a cortar frutas, a cazar o a pescar cuando querían, desde hace 2 décadas por lo menos, tampoco pueden ingresar como lo hacían antes.

Los colimenses perdimos tierras y lagunas que considerábamos nuestras, a cambio de un hotel de gran lujo al que ni siquiera podemos entrar.

En lo personal, he estado en la Hacienda de San Antonio invitado a cenar y desayunar hace varios años por dos Gobernadores de Colima, respectivamente, al igual que en dos o tres ocasiones, quizás cuatro, estuve presente en comidas de cumpleaños de amigos míos que Manes Jimmy Goldsmith (fallecido hace pocos meses) les facilitó sus instalaciones para festejarse. En otra ocasión, asistí a la fiesta de la boda del hijo de un amigo mío; otra vez, no recuerdo porqué motivo, estuve en El Jabalí. Les confieso que no me sentí a gusto.

Hace algunos años, durante una epidemia de influenza que sufrimos en el país, Carlos Slim Helú, rentó completa la Hacienda de San Antonio por una o dos semanas para trabajar con sus principales colaboradores, mientras pasaba la parte álgida.

Tengo conocimiento de algunas celebridades internacionales que se han alojado en ese hotel, como Sharon Stone, la sensual rubia que actuó con Michael Douglas en Bajos instintos, a la cual incluso le dio una bailadita mi amigo Óscar Valencia, quien trabajó varios años en ese lugar elaborando diversas variedades de quesos; al igual que Richard Gere, quien al parecer ha venido muchas veces a ese lugar y lo han observado amigos míos recorriendo el Centro Histórico y sentado tranquilamente en una banca del Jardín Núñez.

Sin embargo, la eminencia de mayor renombre que se ha hospedado en la Hacienda de San Antonio (o que al menos me he enterado) ha sido el inigualable actor escocés, Sean Connery, el mejor intérprete del Agente 007 de la saga de James Bond, recientemente fallecido a los 90 años; mi primo Guillermo Espinosa de la Madrid tuvo la suerte de haberlo visto y saludado hace algunos años en el Callejón del Caco.

De ahí en más, la famosa Hacienda de San Antonio, nada bueno le ha dejado a Colima y los colimenses.