El soldado de Nápoles

JULIO CÉSAR ZAMORA VELASCO
Miércoles 23 de Diciembre de 2020 7:40 am
II/II EN el contexto de la pandemia, el maltusianismo, una teoría demográfica, económica y sociopolítica, sigue vigente, en el sentido de que habrá situaciones críticas que pueden hacer inviable o muy difícil la supervivencia de los humanos. Si bien el erudito Thomas Malthus lo refirió en su Ensayo sobre el principio de la población (1798), a un problema demográfico, donde la población aumentaría en progresión geométrica, mientras que el suministro de comida sólo se incrementaría en progresión aritmética, pronosticó a través de su modelo matemático “una situación de pauperización y economía de subsistencia que podría desembocar en una extinción de la especie humana para 1880”, consecuencias conocidas como la trampa malthusiana, ya que es el mismo crecimiento de la población lo que presiona al medio natural y social hasta provocar las catástrofes. Si se reflexiona al respecto, desde hace años en África hay hambruna y miseria, lo que confirma la teoría de Malthus, y China la ha previsto con políticas drásticas en el control natal, permitiendo un hijo por pareja mediante la ley del hijo único. La predicción del erudito inglés falló en el cálculo del tiempo, pero tampoco consideró las guerras, el desarrollo de la tecnología ni otros imprevistos como las epidemias. Desde esta perspectiva, la afectación mundial por Covid-19 ha repercutido evidentemente en la demografía como una crisis secular. La parálisis en las actividades comerciales y laborales por la cuarentena decretada en la mayoría de los gobiernos, han tenido un efecto desastroso en las economías, con mayor severidad en los países que no son potencias mundiales (emergentes y subdesarrollados). Es así que pese al control de la natalidad en China desde 1979 a 2015, el brote del nuevo coronavirus ocurrió en una ciudad de este país: Wuhan, en diciembre de 2019, luego se propagó a Europa, para que el 30 de enero de 2020 la Organización Mundial de la Salud declarara la emergencia internacional por el Sars-CoV-2; después invadió a América, llegando a nuestro país, México, el 28 de febrero (Brasil fue el primero de Latinoamérica). Entonces la vida se reconfiguró en un ciclón de incertidumbre. El acto de vivir se reducía a esta sentencia: Si sales de casa, los riesgos de morir serán mayores; si te quedas, serán menores. La cuarentena y el aislamiento durante la pandemia de Covid-19 tuvieron esa finalidad: evitar los contagios. En primera instancia impedir que cada uno cayera enfermo, para así mitigar la propagación del coronavirus. Lamentablemente, la pandemia del hambre ha sido más fuerte y quedarse en casa nunca fue una opción para millones de personas. Además, hubo reacciones negativas a estas medidas profilácticas, por un lado quienes desde el principio de la contingencia sanitaria negaron la existencia del virus, o la minimizaron a una especie de gripe como el filósofo italiano Georgio Agamben, y por otro, quienes se sintieron privados en sus Derechos Humanos, calificándolo como un “arresto domiciliario”, negándose a “vivir con miedo y privados de su libertad”. Las consecuencias han sido evidentes. Y bastante contrario a lo que se ha dicho de la fraternidad entre los mexicanos en las desgracias como sí ha ocurrido con los terremotos, con este nuevo coronavirus se ha demostrado la falta de solidaridad humana, ejemplos sobran con el maltrato que han padecido los trabajadores del sector Salud, la indiferencia del Gobierno Federal para actuar a tiempo y apoyar a las familias, ofrecer mejores incentivos y recursos para evitar tanto desempleo y cierre de negocios. Por tanto, el temor no fue en sí al virus, sino al propio hombre, a la irreflexión de cómo asume la contingencia, de no protegerse; una paradoja si se piensa que la lección de la pandemia es precisamente cuidar del otro. No es justo decir “de algo tenemos que morir”, no lo es si con ello se arrastra a los demás. El soldado de Nápoles podrá desaparecer con la vacuna, pero mientras no la recibamos, no debemos descuidarnos. Aunque el sustantivo que ha preponderado en boca en todos es la muerte, que esta Navidad y la víspera del Año Nuevo nos iluminen para recuperar el ferviente anhelo de vivir, pensando en el prójimo y nuestros seres queridos.