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La herencia de 2020



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 09 de Enero de 2021 8:39 am


CUÁNTO aprendimos en el año 2020, sin ir a la escuela. Sabemos de algunas debilidades de nuestra especie y hacer algo por preservarnos. Nos recordó que en otras épocas ha peligrado nuestra estancia en la tierra. Ahora dependemos de nosotros mismos.

El llamado coronavirus cuestionó al mundo y sigue imparable. Para quienes ignoramos del tema, el virus nació de la nada. No creímos que pudiera matarnos y el contagio fuera tan fácil y letal. Lo clásico, usamos teorías como barreras ante la realidad. Nos resistíamos a cambiar nuestro estilo de vida, a pesar de las recomendaciones.

El virus saltó las fronteras. Los viajeros contagiados lo pasearon por todo el mundo. Al morir las primeras personas, no imaginamos el impacto social. Lo veíamos lejos, en otras familias y no sobre las nuestras. Mucha gente no creía en los efectos.

Cerca de mi casa, un señor que hace años vendía chicharrones de cerdo renegaba de las medidas impuestas por el gobierno, pues le afectaba su venta. Decía que el virus era un invento del gobierno. Un día le sugerí que se cubriera bien la boca porque podría ser portador del virus. Me recordó mi ascendente femenino. Una semana después ya no lo vi, lo habían internado en el hospital y días después murió por el virus.

Así hay miles de personas incrédulas. Cuando los amigos cercanos, familiares y conocidos han muerto por el virus, hemos pensado en el riesgo de muerte. Y todavía hay quienes retan al virus. Quizá sea la escasa información acumulada en su vida o la necesidad económica de salir a realizar su actividad para vivir.

Y entonces vienen a la memoria aquellas grandes batallas perdidas por la humanidad por las pestes, tifus, viruela, sarampión, cólera y otras, que por desconocimiento y limitaciones científicas mataron a miles y miles de personas en el mundo.

Por ejemplo, el arribo de españoles a nuestro territorio afectó notablemente la población. En 1521 se fecha la caída de Tenochtitlan, hecho que para algunos cambió el rumbo de nuestro adorado México. Si los pueblos originarios no hubieran muerto, otro México cantaría, afirman algunos. No podemos opinar sobre lo que no sabemos. Lo cierto es que la viruela traída por los españoles mermó en un 75 por ciento la población local, hecho que facilitó la caída de Tenochtitlan.

Un día surgió la vacuna contra la viruela. A muchos nos la aplicaron el siglo pasado y nos dejaron la marca en el brazo o en el hombro. Nos salvaron a millones que aún transitamos por el planeta. Ahora hay manera de atacar otras enfermedades que fueron letales en sus tiempos, hay medicamentos y vacunas. Algunas ya han sido declaradas en ceros, sin riesgos para la especie humana. Así llegaremos algún día a decir del coronavirus, no sabemos cuándo pero ansiamos que llegue. La ciencia es otra, expedita, nada que ver con las otras pandemias o epidemias.

El virus nos reta. Nuestras costumbres, enraizadas en el consumismo desmedido impuesto por el comercio mundial, obligan a muchos a emborracharse en los bares públicos. A otros los obliga a hacer fiestas con cualquier pretexto. De repente aflora el sentimiento por la familia y se visitan sin precauciones debidas. Y se contagian.

Los políticos se esmeran en decir que ellos tienen la razón y ansían colgarse los méritos. Los que saben son los científicos que están en los laboratorios. Los demás son organizadores sólo por obligación legal, no voluntaria. Es el deber que no debe confundirse con la política, primero está la humanidad.

El reto y herencia del año 2020 es que los menos informados hagan caso a quienes sí saben y sí son responsables. Salir a la calle bien protegido sólo cuando sea necesario. El comercio puede ajustarse a las nuevas y pasajeras condiciones. Nuestros seres queridos que no viven en nuestro hogar seguirán siendo amados a la distancia. Quererlos es no visitarlos ni abrazarlos ni besarlos. Seremos más virtuales. Apliquemos la tecnología para el bien común. Sólo nuestras familias lo agradecerán porque nos preservaremos.

 

nachomardelarosa@gmail.com