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Momentos



EVA ADRIANA SOTO FERNIZA

Ausentes


Sábado 09 de Enero de 2021 8:43 am


“¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?”. Ausencia (fragmento). Jorge Luis Borges. Los primeros días de 2021 tienen demasiada prisa; se dejan caer en cascada haciendo mucho ruido; más del que debieran. El mundo parece desmoronarse cansado de permanecer intacto. Es mucho ya lo que nos ha soportado. Ni el pasado histórico, ni los emisarios que juzgamos locos o catastróficos hacen mella en nuestra conciencia. Ni siquiera las llamas que consumen enormidades de bosques donados por la madre Tierra, ni tampoco furiosos huracanes; hielos que se derriten, habitantes ancestrales de la naturaleza que están siendo borrados de la faz del planeta. Mientras tanto, ciegos y sordos miramos hacia otro lado. Qué grande, qué ilimitado es nuestro ego, nos blinda ante todos los males y nos convierte en parte de la cada vez más infinita estupidez humana. ¿Realmente, viene el tan anunciado “fin del mundo”? O sólo es el inesperado “fin del hombre”.

Pero entonces, ¿qué hacemos? Como bien lo dijo aquel sabio “Principito” de Saint-Exupéry al referirse al “hombre de negocios” que sólo contaba y contaba haciendo números y estadísticas de todo lo que se pudiera. A diario tenemos a la mano números y estadísticas de los enfermos y fallecidos por la pandemia actual, y también comparaciones sesudas con las diferentes emergencias sanitarias pasadas y hasta futuras que fueron y que vendrán. ¡Por Dios, sí que vendrán! Porque a cual más de estudiosos que somos, estamos ciertos de aquellas que vienen, y como somos buenos para predecir ya las estamos esperando pensando en las próximas vacunas para protegernos. ¿No sería más fácil dejar de hacernos los tontos y por fin apuntalar nuestra gran y magnífica casa terrestre, que se nos está cayendo literalmente en la cabeza?

Orar, es bueno también, la devoción hacia lo divino recomienda orar. Cuando eso sucede, en cualquier circunstancia –no digamos en la emergencia que nos aqueja ahora– el ponerse a rezar curiosamente es el último recurso. Entonces quiere decir –para los que queramos entender– que ya estamos por verle la cara a Dios. Si hubiéramos enviado nuestro agradecimiento al cielo en forma de cuidados y respeto por la naturaleza que nos cobija y nos da de comer, ¿no sería esa también una forma de oración? Me viene a la mente el recuerdo vivo de aquella vela de mi Primera Comunión que estuvo guardada celosamente durante años, esperando el “fin del mundo”. Las instrucciones consistían en que, dado el caso, la vela debería ser encendida, pues sólo esa y otras similares y benditas, podrían iluminar la densa oscuridad que vendría antes del final definitivo.

Fue una hermosa forma de fe y la atesoro en todo lo que vale, pero si se quiere se puede ver como una especie de alegoría de nuestra conducta. Actuamos egoístamente, vemos más por nuestro propio santo –coloquialmente hablando– que por el de los demás. No seremos malvados en el amplio significado de la palabra, pero en general nos abstenemos de hacer el bien –todo esto tomando en cuenta las muy honrosas excepciones–; que lo hagan otros, pensamos la gran mayoría de las veces. Pero finalmente estamos en el punto en el que ya, en carne propia, se está dando la “tercera llamada” como se acostumbra en los escenarios. Nuestros seres queridos más cercanos, y los de al lado, y los conocidos, se están muriendo. No quiero usar el vocablo “falleciendo”, morir es contundente; no hay más esperanza; se acabó.

Lo cierto es que, aún viejos, no tenemos ninguna gana de morirnos, y más de una muerte anunciada como la que nos están presentando ahora en bandeja. Mi mayor temor cuando mis hijos eran niños, y remarco: mi mayor pesadilla era morirme y dejarlos pequeños sin poder seguirlos cuidando y protegiendo; sin estar a su lado viendo sus avances o tropiezos. Menciono este sentimiento personal porque eso está sucediendo en estos momentos de contingencia sanitaria con más frecuencia de lo normal. Ciertamente la tragedia se enfoca en los mayores pero también se está llevando madres y padres jóvenes y está dejando más huérfanos por todo el planeta. Mi espíritu está afligido por la querida familia Santa Ana Dueñas que acaba de perder a una de sus descendientes, joven madre de un pequeñito, hija y esposa, nieta y amiga: Moniquita. ¿Podremos hacer algo más que llorar? ¡Nos estamos llenando de ausentes!

 

bigotesdegato@hotmail.com