Cargando



Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Datos, otros datos y sin datos


Miércoles 13 de Enero de 2021 7:12 am


1.- Los datos del gobierno los leemos y escuchamos todos los días. En la pandemia, tal ha sido la tarea gubernamental: contar contagios, recuperaciones y fallecimientos. Dudo de la precisión de los conteos. Una cantidad de casos no registrados jamás se conocerá con precisión. A eso le llaman “cifras negras”, igual que en los robos y los secuestros no denunciados.

Si algo ha abundado durante casi un año de pandemia es la información que los legos en epidemiología no sabemos si podemos confiar en ella o no. En el mejor de los casos, tratamos de encontrar si el emisor tiene fundamentos científicos y los cita. El gobierno federal ha sido incapaz de orientar a la población. Aún más, por momentos la ha desinformado (don Gatell aseguraba que el virus era menos letal que el de la influenza), porque tampoco se ha esforzado en acercarse a las entrañas de la epidemia: el funcionamiento del virus y los medios de contacto. Hay mucha gente que desconoce que, por ejemplo, los billetes y las monedas son medios frecuentes de transmisión del bicho. Es tan simple entenderlo: esos objetos pasan por miles de manos antes de llegar a las propias. No muchos saben con precisión cuánto dura activo en superficies de metal, plástico, madera, cartón, papel y otros materiales de uso cotidiano a fin de desinfectarlos.

2.- Andamos casi a ciegas. Cada quien ha de informarse como puede. Quienes disponen de más instrucción, la buscan mejor, desconfían hasta verificar las fuentes. Las redes sociales, por ejemplo, han sido de utilidad en la comunicación para la prevención. Y también han fungido de instrumentos de desinformación y hasta distorsión. 

La información por sí misma nunca garantizará mantenerse a salvo de contagio. Basta un momento de distracción y la coincidencia con alguien que porta el virus de manera asintomática o en los primeros días de infección para enfermar. Si bien las probabilidades de contagiarse disminuyen considerablemente si se respetan las medidas sanitarias preventivas, no eliminan la posibilidad. Estamos expuestos todos. Esto último lo difundió tardíamente el gobierno. En un acto impensable en un gobernante, el presidente recomendó el uso de amuletos para protegerse.

3.- Luego viene la Legión de los Imbéciles. Desde aquellos que usan las redes sociales para culpar al pasado o al presente, según la pandilla en que se cobijen, hasta quienes propalan la inutilidad de las vacunas o las historias fantasiosas de un complot mundial de reducidos grupos poderosos que crearon, dicen, el virus para enriquecerse con una vacuna que ya tenían casi fabricada.

Legionarios son a su modo quienes van por las calles sin cubrebocas. Cuando los veo, me pregunto si es indolencia de su propio cuño o escucharon de boca de don Gatell que no protegen y le creyeron. O lo vieron de vacaciones sin el artefacto no sólo comiendo, sino platicando con otras personas a diente limpio. Lo imitan.

En la cima de la imbecilidad están aquellos que organizan fiestas tumultuarias, como ha ocurrido con frecuencia en todos lados, sobre todo en la Ciudad de México. ¿Por qué no encarcelan a los organizadores por delitos contra la salud?

Junto a ellos, en la cumbre de los legionarios, se coloca la mujer que solicitó un amparo de la justicia federal para no vacunarse. El juez ordenó sensatamente aplicarle la inyección inmunizante en cuanto le corresponda.

De muchos ciudadanos puede entenderse la desidia, la indisciplina o la renuencia por carencia de información. Del gobierno, no. Su obligación es informarse científicamente, organizar la protección colectiva y someter al orden sanitario a quienes lo violenten. Es evidente que ni el gobierno federal, ni los estatales ni los municipales han cumplido ese deber constitucional: garantizar la salud pública, que es un derecho.

4.- ¿Cómo congeniar la necesidad de protegerse y la de trabajar? ¿Cómo exigirle quedarse en casa a un trabajador que vive al día y ha de trasladarse en el transporte colectivo en hacinamiento? ¿Por qué cerrar una empresa que atiende las medidas sanitarias por su cuenta y las exige a sus clientes? ¿Y por qué permite la autoridad que otros lo hagan con el desparpajo y descuido con que proceden?

Aquí nadie vigila. Exigir está vedado a los políticos porque cumplir sus deberes en la crisis de salud les acarreará –calculan equivocadamente– pérdida de simpatías y votos. Vienen las campañas. Los candidatos y sus ayudantes se convertirán en agentes de transmisión del virus porque tanto contacto “con el pueblo” los expone a contagio y a tonarse en vehículos de contagio. Les gana la ambición. 

5.- Vamos a un primer semestre siniestro, más que 2020 entero. Cuando el periodo de vacunación a los más jóvenes llegue, las campañas y la votación habrán terminado. Y muchas vidas más también. ¿De veras los candidatos se asumen indispensables, se lo creen? ¿Por qué no hacen campaña en redes sociales? ¿Por qué no se pospuso el proceso electoral hasta tener suficiente población vacunada? 

En el país, cada quien hace lo que le viene en gana, empezando por el gobierno. He ahí la explicación de por qué México es un país en desastre sanitario.