Cargando



Lucita



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 15 de Enero de 2021 7:13 am


LA conocí hace como hace 45 años, estaba sentada en una de las jardineras de aquella placita provinciana del desde entonces afamado pueblito de Talpa, Jalisco. Estaba acompañada de otras señoritas, recién emigradas de la adolescencia. Eran todas güeritas con las características propias de esas frías latitudes. Cuando el grupo de jóvenes varones nos acercamos a ellas, empezaron a mirarse y a reírse con pena, pero con el carácter por delante iniciamos una amena plática con los acostumbrados clichés y frases obligadas.

Todas talpeñas y casaderas, al poco rato estábamos en un restaurante de la localidad tomándonos un refresco y a cuan más, tratando de amarrar una relación. Los afortunados fueron mi hermano Pancho y otro amigo. Les propusieron noviazgo que se concretó a los pocos minutos, mientras los demás sólo hacíamos parla con las otras jovencitas. Al día siguiente volvimos al jardín y al tercer día otra vez a lo mismo, porque antes durábamos en Talpa tres noches.

Cuando regresamos a nuestra tierra, veníamos contentos porque dos amigos tenían novia y los demás a bonitas y güeritas amigas. Las cartas de amor fluyeron con el calendario, mes con mes, hasta que dio vuelta el año y nos fuimos otra vez hasta aquel pueblo escondido entre las templadas y ubérrimas campiñas del norte de Jalisco.

Ahí estaban las señoritas emocionadas y contentas; paseamos, fuimos a los toros, a la iglesia, a Cristo Rey, a las hortalizas y a convivir por las noches en aquel bucólico jardincito. Otra vez el regreso y la promesa de los novios caballeros de pronto amarrar matrimonio. Así pasaron los años, fuimos madurando, creciendo en años y en cada viaje a Talpa las mismas promesas y aventuras.

Los jóvenes nos fuimos haciendo grandes y los viajes eran ahora por lo menos dos por año, pero los planes de boda nomás no se realizaban. Llegamos a la adultez y con ello los achaques de la vida, hasta que uno de los jóvenes colimenses, hace como 12 años, ya no regresó, murió a los 50 años dejando a varias comadres, compadres, ahijados y a una mujer de la tercera edad, que ahora en Talpa lo recuerda en silencio. El otro novio también murió hace poco, con los achaques de sus casi 70 años, cuando quien fue su novia se enteró, sólo hizo varias llamadas con quienes somos sus amigos y le lloró solitaria en el templo de la milagrosa virgen.

Su servidor conserva la amistad con Lucita, una talpeña de aquel grupito, que trabaja al frente de una tiendita de su propiedad. Ahora, las demás amigas son señoritas grandes que ya casi no salen de su casa y cuando lo hacen es para ir al templo. Con Luz mantenemos esa gran y fiel amistad de tantos años, mi familia, mis hijos y los amigos de nuevas generaciones han convivido con ella porque nosotros propiciamos esa relación que fue de una amistad muy limpia y sincera.

Ahora, cuando llegamos a Talpa, después de dar gracias ante la virgen nos dirigimos a la pequeña tiendita para saludar a Luz y platicar de nuestros achaques, enfermedades y para evocar con nostalgia las aventuras de nuestra juventud, de cuando, todavía soltero, discutí con un torero en la plaza de toros casi hasta los golpes y por la noche, en el baile que se hacía y a donde iba todo el pueblo y los peregrinos, ya estábamos muy amigos y alegres junto con todos los villalvarenses que horas antes habíamos hecho la revuelta; de cuando mis hijos iban chiquitos y algunas veces se me enfermaban y allá andábamos en la madrugada buscando doctores para que Luz les pidiera el favor que nos lo atendiera.

Cuántas historias, cuántos recuerdos y cuánta amistad con mi amiga de juventud, aquella que conocí, hace casi medio siglo, en la jardinera de la placita de Talpa, Lucita González.