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De Trump a Biden



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 21 de Enero de 2021 7:00 am


MUCHO se estará escribiendo sobre el “legado” que Trump le deja a Biden y la huella de su Presidencia en la historia de Estados Unidos. Mientras se asienta el polvo de poco más de 4 años muy convulsos, podemos nombrar los problemas más evidentes. En primer lugar, lo social: una sociedad profundamente dividida, politizada y radicalizada que obedece a divisiones preexistentes entre centros urbanos y periferias; entre supremacistas blancos y el resto de los componentes de la heterogénea sociedad estadounidense; y –no es poca cosa– entre dos posiciones filosóficas contrastantes, los herederos de la tradición ilustrada y racionalista, por un lado, por contraste con los conspiranoicos antiilustrados que desconfían de la ciencia y la razón.

Lo político es el otro gran problema que Trump evidenció y agudizó. El asalto al Capitolio fue únicamente el corolario de un fenómeno histórico: el ensanchamiento de las grietas y limitaciones de la hasta hace poco modélica democracia estadounidense. En 2016, Trump no ganó el voto popular, pero sí el Colegio Electoral, lo que implica que las grandes regiones con baja densidad poblacional de EUA están sobrerrepresentadas en relación con las ciudades que concentran la mayoría de la población. El sistema bipartidista estadounidense está estrechamente relacionado con este fenómeno demográfico, pues el Partido Republicano obtiene buena parte de sus votantes de las zonas con baja densidad demográfica, mientras que el Partido Demócrata tiende a dominar los centros poblacionales más importantes.

En las elecciones de noviembre de 2020 este problema se manifestó claramente, pues la incertidumbre generada por un sistema electoral arcaico se prestó para el discurso incendiario de un Trump acorralado y agresivo. ¿Por qué en pleno Siglo 21 sigue existiendo un sistema electoral indirecto basado en el miedo al gobierno de las mayorías propio del elitismo decimonónico? Porque reformar un sistema tan arraigado implicaría un amplio pacto político de ambas fuerzas partidistas. Sin embargo, los republicanos se niegan a transformar dicho sistema, pues disminuiría el peso de buena parte de sus principales enclaves electorales. A Trump le resultó menos complicado llamar a un asalto al Capitolio porque el sistema electoral demoró en ofrecer resultados certeros.

Por último, Trump intentó transformar el lugar de Estados Unidos en el mundo. En perspectiva histórica implicó un intento de volver al muy relativo aislacionismo que Estados Unidos abandonó desde su entrada en la Segunda Guerra Mundial en 1941. Este aislacionismo relativo no implica, evidentemente, una renuncia a la posición hegemónica e imperial de Estados Unidos (no olvidemos el “make America great again” y el “America first”), sino la consecución y resguardo del imperio por otros medios. La veta antiliberal de Trump y el trumpismo implican una tendencia contraria al multilateralismo y la cooperación que por 7 décadas caracterizaron el comportamiento de EUA hacia sus principales socios occidentales (Europa y Japón, sobre todo). Trump propuso la transformación de lo que John Ikenberry llamó “el Leviatán liberal”. El proyecto de orden mundial de posguerra fría liderado por Estados Unidos se basaba en dos pilares, el coercitivo-imperial (el Leviatán) y el consensual-liberal, basado en acuerdos económicos y políticos que buscaban la apertura comercial y la democracia política, al menos en teoría, por medio de mecanismos multilaterales y de cooperación. Trump renunció al componente liberal multilateral para darle prioridad a las relaciones bilaterales, además de limitar el crecimiento imperial de EUA para concentrarse en su desarrollo interno. Desde la perspectiva estadounidense, uno de los retos de Biden es retomar el proyecto del Leviatán liberal a la vez que se diferencia del estilo autoritario de Trump. Lo que queda claro es que una vuelta a la era anterior a Trump es imposible. Las diversas fuerzas desatadas hacen inviable una restauración.