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ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA
Hermosos felinos
Sábado 20 de Febrero de 2021 8:50 am
Sigilosos a veces, estridentes otras, los felinos salvajes se mueven
en su ambiente natural impulsados por dos poderosos motores: la comida y la
reproducción. Los cazadores de venados al acecho cuentan historias de los
grandes gatos. Han sido testigos de primera línea, los han encontrado
intempestivamente por casualidad, los han escuchado maullar, rugir, según la
especie de que se trate o han visto las inconfundibles huellas de su trajín. Habitan tierras
mexicanas seis especies de felinos salvajes. La mayor es el jaguar, el gato de
la mordida más poderosa del planeta, superior la fuerza de su quijada a la del
león africano y el leopardo, aunque su talla sea menor que la del gran monarca
de las sabanas del continente negro. Nuestro jaguar es, para mi gusto, un bicho
de gran belleza. Cubre su cuerpo un manto anaranjado que varía en tonos según
cada individuo y suele acercarse al amarillo. Completa el pelaje un conjunto de
manchas negras a modo de rosetas, que le permiten camuflarse en la densidad
vegetal por donde deambula. Por efecto de genes recesivos, hay ejemplares
oscuros -los rosetones permanecen, aunque menos visibles-. Suele llamárseles
panteras negras. Son infrecuentes estos mutantes. Sólo se le acerca en
hermosura el leopardo de las nieves, majestuoso, estético, elegante gato nativo
de las grandes montañas asiáticas. El jaguar, que habita
desde el sur de Estados Unidos hasta Argentina, fue ícono reverenciado hasta la
adoración por los pueblos primigenios del territorio que hoy es México, así
como en las culturas coetáneas del norte de la actual Centroamérica. Más que
los mexicas, los mayas tuvieron en este felino espléndido un motivo religioso
movidos por el temor y la admiración. Aunque de población
mucho más abundante, la talla del puma es menor que la del jaguar. Su fuerza es
inferior. De cabeza pequeña, cuerpo largo y musculoso, se le llama también león
americano y león de montaña. Su anatomía y su color semejan al de la hembra del
gran gato africano. El puma se adapta
fácilmente a los más diversos hábitats. Lo mismo vive en las cercanías de las
marismas de las costas que en las altas montañas, en las sierras templadas y en
las subtropicales de vegetación caducifolia. Es activo lo mismo de día que de
noche. Discreto, pero no tímido, es capaz de atacar a una persona si se asume
en inminente peligro o las hembras consideran en riesgo a sus crías. Esta
reacción materna la comparte con muchas especies, desde mamíferos mayores hasta
ciertas aves dispuestas a enfrentarse con bichos mucho más grandes e incluso
humanos, llegado el caso. Otros gatos salvajes
menores son el güindure o tigrillo y el gato montés o lince. Entre éstos y las
especies mayores, se cuentan dos de talla mediana, el jaguarundi u onza y el
ocelote, llamado en Colima popularmente con el nombre de mojocuán. Ocelote es
vocablo de origen náhuatl que significa tigre. Sobre la onza, es amplia
y en ocasiones apasionada la polémica. Casi mítica, la onza es confundida con
cierta frecuencia con el puma y con el jaguar, cuyos taxones científicos son Puma
concolor y Panthera onca (onza), respectivamente. Se le atribuyen
fuerza, arrojo y ferocidad capaz de desafiar a los humanos, incluso si están
armados. Científicamente, la onza es un gato de talla mediana llamado
jaguarundi, ciertamente feroz. El ocelote es un poco
más grande que el jaguarundi. En Colima sus poblaciones son numerosas, si se
considera que los gatos salvajes requieren de grandes extensiones de terreno
para vivir, alimentarse y procrear con éxito.
Su pelaje es parecido al
del jaguar, aunque de tonos más claros. El tamaño más común es el de un perro
Labrador, si bien un poco más largo el cuerpo. El ocelote debiera ser el felino
salvaje emblemático de Colima, si alguna vez se buscara uno para tal fin.
Andarín incansable, deambula por las montañas en busca de alimentos. Sus presas
son casi siempre animales pequeños, aunque es capaz de cazar jabalíes y
venados, si se le presenta una oportunidad a modo. Los cazadores de venados
y jabalíes suelen incomodarse por las incursiones del ocelote en las cercanías
del acecho. No porque le teman, sino porque su voz estridente que lanza de vez
en vez cuando camina, ahuyenta a todo bicho, especialmente ciervos y pecaríes.
Luego del grito de este gato, el tirador habrá de esperar varias horas a que la
confianza de la fauna se restablezca en la zona donde pretende cazar. Hay quienes sostienen
que los ocelotes son incapaces de cazar un venado. Aunque no creía yo esta
versión, tampoco estaba en condiciones de aseverar que sí pueden hacerse de un
ciervo al menos mediano. Tenía dudas. Pero recientemente se despejaron. Hace
poco, tres compañeros buscábamos un ciervo al que uno de nosotros había
disparado con altas probabilidades de falla. De cualquier manera, rastreábamos
la posible presa hasta que nos convencimos de que el tiro fue errado. En esa
tarea estábamos, cuando de entre los arbustos escapó un ocelote que se
encontraba agazapado. Fuimos al sitio donde estuvo echado. Ahí yacían los
restos de un venado de cola blanca semidevorado por el hábil felino. Comprobé
así que también pueden hundir garras y colmillos en ciervos medianos por lo
menos.
Encontrarse con felinos
salvajes en su hábitat regala al cazador la visión inolvidable de la majestuosa
naturaleza que aún conservamos en Colima.