Sabbath
ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA
Resplandores y oscuridades
Sábado 27 de Marzo de 2021 8:52 am
1.- Profunda en sus
encantos la noche del monte. Acrecienta su naturaleza una lejanía de luces
artificiales contadora de historias breves. Abajo, en el valle, una lámpara
permanece encendida para iluminar el galpón de un rancho ganadero. Labores de
vigilancia. Cada cierto tiempo, la luz de una linterna ilustra el movimiento de
quien la lleva, quizá el velador. Es comprensible, justificado. Los robos son
frecuentes. Además de mapaches, tlacuaches, serpientes y otros bichos, el campo
debe cuidarse de ladrones. Así están las cosas. Desde lo alto de la
montaña, se ven las líneas luminosas de los faros de carros, camionetas,
camiones que intermitentemente pasan. Se anuncian al oído con un ruido como si
se destapara un recipiente y el aire liberado chocara contra hule. En seguida,
el habla ronca del motor se sobrepone. Según el ruido, uno sabe cuándo se
acerca y cuándo se aleja. Es el efecto Doppler, explican los físicos. Otro fenómeno
de la física: a gran distancia, los vehículos aparentan moverse lentamente. 2.- Activos, acaso
hiperactivos, esta es noche de tejones. Como siempre, van y vienen por sus
caminos. Tienen los propios, no usan los senderos de los venados. Sobre la
hojarasca, alardean de su presencia. Ruedan piedras, rompen ramas, pisan
fuerte. Unos descarados. Antes valentones, al menor indicio de riesgo, chillan
y corren. Poco después, irrumpen de nuevo. Mientras estén apoderados del
territorio, es difícil el arribo del ciervo, que se arrima sólo cuando hay
silencio completo. Por ahí también trajinan
los tlacuaches, casi tan estridentes como los coludos tejones. Ambos animales
generan confusión. Su paso se parece al del venado. Es difícil para el cazador
desentenderse de ellos, aunque sepa quiénes son. Podría haber un ciervo menos
tímido, más osado, aproximándose. Sólo en la cercanía la certeza se regala. 3.- A cierta distancia,
un leve resplandor se muestra entre blanquecino y gris. ¿Qué es? Semeja una
pared iluminada por una luna ínfima. Pero no, no hay luna en el firmamento. La
mancha persiste en su timidez luminosa. Los minerales de la falda rocosa
producen ese efecto. Digamos que, como las estrellas, tienen luz propia. Llama
la atención, obliga a voltear cuando se le percibe de reojo. La composición
caliza distrae, hala la vista aunque el cerebro conozca de donde proviene esa
lámpara votiva de la sierra. 4.- También con luz
propia, las luciérnagas navegan por el aire. Están ahí por el ambiente húmedo
de los amiales donde el cazador acecha al ciervo o al jabalí que se aproxime a
beber. Pequeña fiesta de resplandores. Brillan y desaparecen. Con otro
destello, trazan rumbo, muestran trayectoria. Las atrae una brasa de
cigarro. Supongo, entonces, que no distinguen colores, sino puntos luminosos.
Se acercan y retornan al sitio de partida cuando descubren que no es uno de los
suyos, sino lumbre vil del tabaco que se incinera lentamente. 5.- Agazapadas,
acechando, numerosas arañas de ojos brillantes se descubren cuando las toca el
haz de la linterna. Ahí, en la oquedad de una piedra, en el agujero fortuito de
una rama, son inlaterables, hieráticas. No hay en los bosques bicho más serio
que la araña. ¿Cuántos ojos tienen las
arañas? Lo he olvidado. Sólo sé que son muchos. ¿Para qué quiere tantos un
animalito tan breve? Con ocho patas, quizá sus ocho órganos de visión cumplan
el requisito de la simetría. ¿Duermen las arañas? Y si lo hacen, ¿cierran los
ojos, todos, o los alternan? Cuando duerme, el venado
los mantiene abiertos. Nunca los cierra, ni cuando muere, como si se aferrara a
su territorio después de la vida. Puede ser que la araña, miles de veces más
pequeña que el ciervo, tiene en la vista su arma primera. Lo supongo, digo. Ningún bicho posee el
resplandor magnífico de los ojos del venado. Azules, redondos, asombran cuando
la luz los toca. Los hay ariscos, que al menor haz de linterna escapan casi
volando. Asocian el brillo artificial con antiguos disparos fallidos. Tales son
los venados “malditos”, expertos en sobrevivencia en un mundo donde nacieron
marcados por el inexorable destino de ser presas. Hermana de la vida, la muerte
lo ronda, como a todos. Si llega a viejo, se lo debe a su inteligencia, al
aprendizaje, a los sustos. 6.- Mientras aguardo,
observo el cielo. Al fin identifico una constelación, la de Orión, el cazador.
Mucha imaginación necesitaron los griegos, astrónomos metafóricos, para
encontrar formas donde sólo hay puntos a miles de años luz entre ellos. ¿Por qué a tantos
humanos nos atrae el poblado firmamento? ¿De dónde viene la vocación hipnótica
de los astros lejanísimos que nunca alcanzaremos? La luz que veo ahí, titilante
en el fondo oscuro, hace mucho tiempo fue lanzada por un sol distante, uno
entre miles de millones de soles que rondan el espacio y los llamamos
estrellas? Vemos el pasado remoto. Si hoy estalla uno de esos cuerpos celestes,
el resplandor nunca lo percibiríamos porque el viaje hasta aquí le tomaría
miles y miles de años.
Bajo
la vista. Descanso los ojos. Larga la espera, nunca es cómoda. De súbito, un
resplandor intenso, como de luna llena, ilumina la barranca. Vuelvo la vista al
firmamento. Un meteorito cruza el espacio, se incendia en la atmósfera,
esplende fuego y luz en forma de una gran gota del tamaño de una casa
precipitándose como un cometa a escala. Fugaz, la roca pequeña, puro fragmento
ardiente, me ha regalado esta escena sideral. El venado no llegará, pero me iré
a casa satisfecho.