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Innovemos algo, ¡ya!



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA

Una sola bala


Domingo 28 de Marzo de 2021 6:56 am


Nosotros somos algo que se conjuga en el “yo soy”; la suma de la interacción de tantos sistemas que sí, a veces, es difícil comprender la magnitud del cómo y el para qué estamos aquí. Todos interactuamos.

En la escuela nos enseñaron del sistema digestivo, del sistema nervioso, del sistema circulatorio y también nos explicaron los cinco sentidos. Pero el sistema de educación escolarizada ha dejado de fuera la reflexión filosófica que nos permita comprender la total interacción entre todos los sistemas. Por otro lado, poco se habla del sistema emocional, aunque reconozco agradecida que cada día más y más grupos de científicos, médicos y filósofos, le van dando su buen lugar y relevancia, pues en realidad, las emociones tienen una enorme injerencia en los otros sistemas.

Aprendimos que para estar sanos los sistemas del cuerpo deben estar en óptimas condiciones, así podemos gozar de una vida sana. Pero, ¿qué si no tenemos las emociones en orden?, pues ahí ni la salud ni la dicha nos serán entregadas.

Las emociones tienen la capacidad de modificar a los otros sistemas, pueden incluso modificar los procesos evolutivos de la especie. Comprender esto brevemente quizás nos confronta y de alguna forma nos vulnera. Esta simple reflexión es mayor a lo que en la racionalidad podemos estructurar, es por eso por lo que las personas normalmente nos resistimos a mirar lo emocional. Racionalmente, a todo le damos una justificación, para sobrevivir lo tenemos que hacer y daremos por cosa juzgada lo que quizás se va quedando en el baúl del olvido. ¿Son las emociones no conscientes, las manejan nuestra vida?

Se dice que bastan 16 segundos para que un trauma quede inscrito en nuestra memoria celular, basta con que un ancestro viva una emoción en trauma, para que la heredemos como fobias o miedos inconscientes; sólo se necesita sentir una emoción para que sea asumido como real por nuestra neurotransmisión.

Miremos, por ejemplo, un caso ficticio de cómo las emociones no conscientes nos cambian el rumbo. Piensa en un niño que, jugando con armas, por accidente dispara y mata a su hermano, la familia de inmediato lo protege para que no tenga mayores consecuencias, al accidente le dan el nivel de haber tirado la leche en la mesa, y así racionalizando lo dejan detrás.

Al crecer algo ocurre que todo es difícil para el niño: reprueba materias, lastima compañeros, está enojado con todo, le cuesta mucho integrarse a una sociedad y termina por convertirse en un eterno y enojado opositor. Construye su vida y dice querer lo ideal, pero al llegar lo derrama, lo pierde, lo cambia, así ratifica un “castigo”. Sin saberlo, desde allá, en un segundo plano no consciente, está expiando.

Hay un duelo no resuelto adecuadamente, su vida es una cadena de semitriunfos porque una vez que los alcanza, los malogra. Alguna vez quiso ser el líder y demostrarle al mundo que merece ser amado, lo logró, pero y así sin notarlo ahora le gusta que lo comparen con Dios, y sus decisiones, estilo berrinche infantil, están destruyendo todo a su alrededor: lo de él, lo de sus asociados y lo de todos los demás.

Y si te preguntas por qué, la respuesta es simple: esa persona se está autodestruyendo, vive un duelo no resuelto de más de 50 años, está enojado con él y lo proyecta a todo aquel o aquello que le recuerde su pequeña invalidez. Además, cada vez que mamá llora, él siente vergüenza, impotencia y enojo; el niño se deformó, cubierto de complejos y resentimientos aún necesita ayuda.

¡Sí, fue un accidente!, pero mal manejado. En el fondo es sólo un chiquito que hoy es un necio, violento y peligroso que destruye porque está perdido. ¡Ay, si abriera su escudo!, si tan sólo buscara ayuda para sanar emocionalmente, quizás podría ser consciente y aceptar la vida como fue, aquel día en que dos niños murieron por una sola bala. Por favor, innovemos algo, ¡ya!

 

*Terapeuta psicoemocional

 

innovemosalgoya@gmail.com