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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Griselda


Martes 06 de Abril de 2021 7:36 am


CUMPLÍA Griselda Álvarez los primeros cien días de Gobernadora, la primera en el país. Héctor Sánchez de la Madrid, en ese entonces jovencísimo director general de Diario de Colima, me asignó entrevistarla con ese motivo.

Acudí al Palacio de Gobierno. En ese tiempo, la Gobernadora despachaba en ese edificio a donde llegaba, mujer puntualísima, a la misma hora por las mañanas. Solía decir que es tan impuntual quien llega retrasado como quien se anticipa. Si tenía una cita fuera de sus oficinas, arribaba al lugar 5 minutos antes de la hora acordada y esperaba en el vehículo oficial hasta que faltaba un minuto, que utilizaba en trasladarse del auto al sitio del encuentro. 

Ese día de la entrevista, me presenté con el jefe de Prensa, Jesús López Morales, si recuerdo bien. Me pasaron al Salón Gobernadores. Había una gran mesa con unas doce sillas. Ahí acostumbraba atender a grupos de ciudadanos, a políticos y a periodistas para ser entrevistada. Se abrió la puerta de su despacho y entró ella, puntual, claro.

Llevaba yo un listado de preguntas sugeridas por Héctor. Otras las propuse y él las autorizó. Entre esos cuestionamientos había algunos referentes a cifras y datos numéricos. Cuando las expuse, la Gobernadora solicitó a su secretario particular y al General de Gobierno tarjetas informativas. Se las llevaron tan pronto como las tuvieron listas. Antes de responder, ella las revisó. No correspondían a las preguntas. Levantó la vista. Su mirada, como un estoque, se clavó en los funcionarios. En seguida, con una voz firme los reprendió severamente por la falla. Sentí pena ajena. Comprobé que Griselda tenía, entre sus cualidades, voz de mando.

El reciente 29 de marzo, se conmemoraron 12 años de su fallecimiento, a los 95 años de edad, días antes de cumplir 96. Nació un 5 de abril de 1913, hizo 108 años ayer. Hasta ahora, no ha habido en el país una Gobernadora de su nivel y en mucho tiempo no la habrá. Corría por su sangre la política. Su bisabuelo, el general Manuel Álvarez Zamora fue el primer Gobernador de Colima. También ocupó una curul en el Constituyente de 1857. Su abuelo paterno ocupó la prefectura del estado, y su padre, Miguel Álvarez García, fue Gobernador.

Política por genes, agregaba la cualidad del buen trato y una educación impecable. Tan intensa era su pasión por la política como por las letras. Narradora amena, también era una poeta sublime. Cierta tarde, me encontraba en la redacción de Diario de Colima escribiendo notas del día cuando recibí una llamada telefónica del director de Comunicación Social del Gobierno del Estado, Cervando Sánchez Gómez (qepd). -La señora Gobernadora quiere platicar contigo- me dijo. -Cómo no, claro. ¿Cuándo y para qué?- pregunté. -Hoy, a las 6, en su despacho. Desconozco el motivo-. Le informé a Héctor y me autorizó a ir. Terminé con rapidez mis trabajos y los entregué al subdirector, mi gran amigo Jaime Estrada Mora (qepd). Le conté el asunto y me hizo una broma con ese humor agudo que le caracterizaba, frecuente en los buenos periodistas. Me puse a repasar qué había escrito recientemente, tanto en información noticiosa como en mi columna. Había publicado varios Despacho Político críticos de su gobierno y un reportaje largo sobre las condiciones de vida de los niños cortadores de caña provenientes de Guerrero, un estado pobre y violento.

Llegué a Palacio de Gobierno. Me pasaron al amplio Salón Gobernadores. Ahí estaba ella, detrás de un gran escritorio junto a uno de los balcones y delante de una credenza con media docena de aparatos telefónicos. Amable como siempre, me saludó y agradeció la atención a su invitación. Platicamos un poco. Tímido, inexperto, más bien introvertido, nunca he sido un buen conversador, de modo que la señora pasó pronto al asunto. Me dijo que había leído mi reportaje sobre los niños cañeros y le había gustado, incluso la conmovió, me confesó. Luego, abrió un cajón del escritorio, sacó unas cuartillas escritas a máquina mecánica (entonces no había computadoras) y me las entregó. Era un largo poema sobre los niños de mi reportaje. Tenía dedicatoria para mí y su firma. Me desconcerté. Platicamos un poco más y regresé al periódico. ¡Qué gran regalo para un eterno aprendiz de poeta como era yo en ese tiempo y lo sigo siendo!

El poema permanece inédito. Hace poco, le narré la anécdota a una estimada amiga, ella también excelente poeta. -¿Y lo tienes todavía?- inquirió. -Sí, entre mis papeles, que son muchos- acoté. -Guárdalo, es una reliquia valiosa- me dijo. Me quedé pensando en si llamar al texto reliquia tenía una referencia sutil a mi edad. Sonreí.

Poco antes de que Griselda Álvarez muriera, escribí una columna sobre ella y su excepcionalidad, su capacidad de trabajo y su amplia cultura. Desayunaba con un amigo en La Troje cuando recibí en mi celular una llamada de la ex Gobernadora. Con amabilidad, me agradeció el escrito y me deseó parabienes. Elegante, la señora, hasta en sus días finales. Esa fue la última conversación que sostuve con esa dama fina, noble y culta, cuyo trato me fue posible gracias a mi oficio de periodista.

Volveré a referirme a ella con amplitud y a muchos personajes más de la política en un libro que preparo y no sé cuándo terminaré ni cuándo se publique. Ansias, nunca he comido.