Montajes y autonomía del Estado
RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO
Jueves 08 de Abril de 2021 7:02 am
VIMOS una conferencia matutina dedicada al montaje en torno al caso Florence Cassez e Israel Vallarta. Desde la perspectiva del Presidente, la ocasión ameritaba la presencia de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, que, al menos en el nivel del régimen político, es la segunda persona más importante después del Presidente de la República –aunque en el nivel del sistema político es fácil reconocer el lugar privilegiado de Marcelo Ebrard–. Varias preguntas saltan a la vista: ¿por qué dedicar tantos recursos y energía a dicho caso? ¿Se trata meramente de otro ataque frontal contra Loret de Mola? ¿Hay una lógica de fondo que ayude a comprender el comportamiento del Presidente o es meramente otra necedad producto de un resentimiento añejo? Las respuestas deben contemplar diversos niveles de análisis, pero en el fondo se encuentra un proyecto obradorista de Estado: conseguir un amplio margen de autonomía del nuevo Estado frente a la sociedad civil, la sociedad política y la sociedad internacional. Para el caso Cassez-Vallarta –o caso Loret-García Luna–, lo principal es la autonomía frente a la sociedad civil. La relación entre la prensa y el régimen de López Obrador es una ventana que nos permite asomarnos a ese proyecto de Estado autónomo. Ya hemos analizado a las conferencias matutinas como un instrumento de comunicación que ha arrancado a los medios tradicionales la iniciativa de la conversación pública y, con esto, los ha desprovisto también de legitimidad. En pocas palabras, AMLO ahora tiene el poder de dictar la agenda pública y los temas a discutir. ¿Cómo se relaciona este fenómeno informativo –en el fondo es un asunto de poder– con la autonomía del Estado frente a la sociedad civil? A mayor margen de autonomía, mayor capacidad de acción tiene un régimen, y esto es fundamental en un proyecto de transformación como el que plantea el obradorismo, sobre todo si se plantea realizarlo en poco tiempo. Al generar sus propios medios de comunicación desde donde se disputa la voz y la legitimidad a los medios tradicionales, el obradorismo está consiguiendo, por ahora, impulsar sus iniciativas reformistas sin que los continuos ataques de la prensa consigan mermar significativamente su proyecto. La personalidad del Presidente también abona a la explicación, aunque es un factor secundario. Parecería que la conferencia matutina dedicada al caso Cassez-Vallarta fue una respuesta caprichosa del Presidente a los cuestionamientos sobre la campaña de vacunación, específicamente al asunto de la enfermera que fingió vacunar a un adulto mayor. En algunos sectores de la opinión pública se acusó a dicha campaña de ser un montaje, a lo que el Presidente, fiel a su estilo, respondió evidenciando un montaje real, uno muy grotesco y torpe. Lo importante aquí, más que la personalidad del Presidente, es la teatralidad del poder. ¿Por qué García Luna y Loret llevaron a cabo el montaje del caso Cassez? Entre otras cosas, porque podían, porque tenían el poder de hacerlo. Un despliegue de tal magnitud implica necesariamente una estrechísima relación entre poder político y grandes medios de comunicación. Sin ser comparables en lo absoluto, ¿por qué López Obrador dedica tanto tiempo y recursos a combatir a la gran prensa tradicional? Entre otras cosas, porque tiene el poder y la legitimidad para hacerlo. En ambos casos –especialmente en el de García Luna– las ganancias son pocas en relación con los recursos empleados. Sería ingenuo demandar una relación no conflictiva entre prensa y poder político, especialmente en una coyuntura caracterizada por la polarización. Sin embargo, desde la perspectiva obradorista, el proyecto autonomista puede llevarse a cabo sin antagonizar torpemente con la prensa rival. La autonomía es útil, pues, en tiempos de transformaciones profundas. Sin embargo, tiene sus riesgos, pues implica el cierre de vasos comunicantes entre Estado y sociedad y, en las manos equivocadas, hay peligro de brotes autoritarios.
