Cargando



Psico-tips



GERARDO OCÓN DOMÍNGUEZ

La educación de los instintos


Domingo 11 de Abril de 2021 6:19 am


MILES de especies de aves alrededor del mundo nos deleitan con sus trinos, ya sea en la naturaleza abierta o en cautiverio. La mayoría de esas aves comienzan a producir notas muy parecidas a las de sus madres a las pocas semanas de haber eclosionado desde su huevo y más tarde poco a poco pulen y perfeccionan sus notas. No es de extrañarse que aprendan a temprana edad, pues tienen la oportunidad de copiar los gorjeos que escuchan en el nido.

Otro grupo de aves no tienen las mismas oportunidades, pero incluso éstas llegan a sorprendernos con increíbles comportamientos, pues siendo parías, desterradas e incluso adoptadas o abandonadas en otros nidos de aves de otras especies, muestran un gorjeo primitivo parecido al de sus padres verdaderos. No nacen con el trino exacto y listo para salir de su poco, sino que debe aprenderse a partir de la comparación de su trino con el de los adultos más cercanos, sin dejar de practicar para que el patrón sonoro y el canto coincidan perfectamente.

Muchas especies de animales exhiben comportamientos que no tuvieron que aprenderlos de nadie porque no había nadie cerca que se los enseñara. Sino que estaban programados en sus cerebros y esa programación es heredada generación tras generación, con apenas algunos cambios.

De hecho, sin consideramos los insectos, cuyo cerebro está más descentralizado que el de los mamíferos, prácticamente nacen con el catálogo completo de conductas necesarias para comenzar a desempeñar su vida.

En el otro extremo, mientras más compleja es una especie, sus ejemplares nacen más indefensos y con más necesidades de ser capacitados por sus padres para desempeñarse dentro de su sociedad.

Los seres humanos nos vemos encumbrados y nos sentimos que estamos en la punta de la pirámide. Los seres humanos tenemos un pulgar opuesto que nos permite manipular objetos con mayor destreza, podemos emplear herramientas muy complejas, modificamos nuestro ambiente, tenemos miles o cientos de miles de lenguas para comunicarnos, podemos volar con ayuda de nuestros aparatos que se produjeron y fabricaron con nuestras herramientas que inventamos. Somos tan evolucionados que nacemos sin saber exactamente cómo reproducirnos.

Recuerdo un episodio del programa de Cristina Saralegui, un talk show que abordaba temas populares con situaciones a veces bizarras. Este episodio presentaba en su panel a una pareja de esposos que se habían casado sin haber recibido educación sexual ni nada parecido. Más allá de eso, ambos, hombre y mujer, habían sido vírgenes hasta antes de casarse y durante un poquito más. Ninguno de los dos sabía dónde iba nada de nada. Durante varios días de toda la luna de miel habían intentado, sin éxito, consumar su matrimonio.

No nada más era estresante la falta de éxito, sino que era vergonzoso admitir que nada de nada. De alguna forma alguno rompió el silencio y posterior a una charla muy gráfica pudieron comenzar su vida sexual.

Seguramente muchas personas pensarán que en estos tiempos la juventud no necesita educación sexual, pues ya los muchachos y muchachas están más despiertos.

No obstante, pensemos en una comparación quizás un poco absurda: nunca es más importante que le enseñen a una persona a cruzar la calle, que cuando va andar en la calle. Entonces, todos los días nacen personas que son ignorantes en el tema. Y no sólo se trata de que aprendan a tener relaciones sexuales, que quizás es el punto de partida, sino que a diferencia de cualquier especie animal, nosotros sí debemos aprender a emplear métodos anticonceptivos y de protección contra las enfermedades de transmisión sexual (ETS).

Lo bueno: hay mucha información por todos lados, tanto en las escuelas, instituciones de saludo y hasta en la psicología. Lo malo: es que los pañales son más caros y el Sida, sí da, si no te cuidas. Lo chundo: pensar “a mí no me va a pasar”.


*Psicólogo