Indicador político
CARLOS RAMÍREZ
La muerte de las ideologías
Domingo 30 de Mayo de 2021 6:39 am
En el Congreso extraordinario del
PSOE en 1979, con la posibilidad de acceder al poder al alcanza de la mano, el
dirigente Felipe González dio un salto estratégico de gran magnitud: quitar el
componente marxista a los documentos del partido y pasar, de modo natural, del
socialismo a la socialdemocracia. En 1992, Carlos Salinas de
Gortari acudió a la sede del PRI a celebrar su 63 aniversario y ahí anunció que
el concepto político-ideológico-histórico-de clase de “Revolución Mexicana”, salía
de los documentos básicos del partido y se incorporaba el gelatinoso concepto
de “liberalismo social”, que quería sonar al Benito Juárez progresista del Siglo
19, pero que en realidad se refería a la ideología conservadora que le permitió
a Juárez fundar el capitalismo mexicano que después potenciaría el dictador
Porfirio Díaz. Este salto salinista facilitó el neoliberalismo de mercado del Tratado
de Libre Comercio con EUA y Canadá en 1993. Pero todo lo que va… suele venir
de regreso. Cuarenta años después del giro no-marxista, el PSOE tuvo que buscar
un gobierno de coalición con la formación socialista-comunista de Unidas
Podemos y su aliado Izquierda Unida, la formación que nació del Partido
Comunista, de España. La gestión de gobierno se ha basado en una agenda de
izquierda comunista, aunque eludiendo la lucha frontal de clases. Veintiséis
años después del Estado neoliberal de Salinas, López Obrador emergió de lo
profundo del viejo PRI social y estatista para ganar la Presidencia y operar un
programa de reconstrucción del Estado social, intervencionista y regulador. Queda, como punto de referencia,
el hecho de que las ideologías siguen como banderas de coyuntura, pero sin
solidez. En 1960, el intelectual estadounidense Daniel Bell registró el fin de
las ideologías en una coyuntura histórica determinante: Guerra de Corea,
primeros escarceos de la Guerra de Vietnam, revolución cubana marxista
victoriosa, y una guerra fría
militar e ideológica, aunque usando las ideologías como arma de destrucción masiva y no como un proyecto social viable. España ha debido de pasar por el
colapso socialista en Madrid y el redespegue de la derecha y el partido Morena
de López Obrador ha bajado sus expectativas a una primera minoría, si acaso
pierde la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados –el espacio de la modificación
de leyes– que había logrado apenas en 2018. La clave de la gobernabilidad
mexicana radica en la mayoría absoluta de 51 por ciento para hacer leyes sin alianzas
y de mayoría calificada con alianzas para modificar la Constitución. Por
mandato constitucional, ningún partido por sí mismo puede tener más de 60 por
ciento de diputados, por lo que la mayoría calificada de 67 por ciento siempre será
de alianzas. De 1917 a 1985, el PRI tuvo un promedio de 75 a 90 por ciento de
diputados; hoy ya no. La batalla electoral del presidente
López Obrador, por tanto, radica en conseguir 51 por ciento de votos para su
partido, hoy ya sin la ayuda inexplicable que tenían las leyes electorales
anteriores para construir una sobrerrepresentación. Por sí solo, Morena sacó el
39 por ciento de los votos en 2018, pero por alianzas, compra de diputados y
legisladores que llegaron por otros partidos y se pasaron a Morena pudo tener
una base de 51 por ciento. En el Senado, la Cámara que tiene que ratificar
reformas constitucionales, Morena no tiene mayoría calificada ni mayoría
absoluta. El problema de la elección mexicana
es una crisis de anomia: la incapacidad de nombrar a las cosas por su nombre.
Morena y López Obrador han eludido el calificativo de populistas, no les gusta
que les digan progresistas, no alcanzan características de revolucionarios y
tampoco usan el apellido social o popular. Del lado contrario hay una
alianza del PRI, el PAN y el PRD, ahora fortalecidos con la Confederación
Patronal, un sindicato de empresarios como formación política, y ahora
organizaciones de la sociedad civil financiados nada menos que por la Agencia
Internacional de Desarrollo –la famosa USAID que ha tenido una negra historia
de represiones y golpe de Estado– de la embajada de EUA. Y si bien defienden el
proyecto neoliberal de mercado del Tratado de México con EUA y Canadá, su
bandera es “la democracia” contra el autoritarismo que le achacan al gobierno
de López Obrador. Sin ideologías, las expresiones
son extrañas: el PRI se alía al PAN que nació para combatir la Revolución
Mexicana que encabezaba el PRI; y el PRD que nació del registro legal del
Partido Comunista Mexicano, ha pasado a la derecha neoliberal. En 1985 el
embajador estadounidense John Gavin construyó una alianza
PAN-empresarios-iglesia conservadora-EUA para combatir al PRI, pero ahora todos
son aliados. Y Morena, que nació del profundo sur priista, de muchas maneras
resume en su proyecto al PRI de la Revolución Mexicana, al PRI progresista. Para el analista racional es
inconcebible la alianza PRI-PAN-PRD-Coparmex-embajada de EUA, pero las
ideologías en México nunca han sido determinantes. El único partido con
definición ideológica fue el Partido Comunista de 1919 a 1989, pero en 1989 le
dio su registro nada menos que a los priistas de Cuauhtémoc Cárdenas para
fundar el PRD que hoy aparece aliado a la derecha más conservadora y con tintes
fascistoides. Los últimos sobrevivientes ideológicos del viejo Partido
Comunista están en Morena apoyando un programa populista. Al final, las elecciones del 6 de
junio en México confrontarán al liderazgo personal y centralista de López
Obrador con la oposición neoliberal de mercado, pero sin que ninguna de las dos
propuestas pueda servir para sacar a México del hoyo de la crisis. @carlosramirezh