Para el día después
ROLANDO CORDERA CAMPOS
Domingo 06 de Junio de 2021 7:06 am
La lluvia no ha dejado de caer, pero el diluvio no
parece estar cerca. La elección histórica hoy podrá serlo, pero no por los
fines aparentes de las campañas y sus personeros más estridentes. Todo eso se
probará pronto como fuego de artificios, propio de toda justa electoral que se
respete. Y no sólo en los Trópicos. Trump y su banda se empeñan en querer para su país
más que una política una suerte de ley de la selva, de permanente
enfrentamiento, hasta poner en tela de juicio el proceso constitucional mismo, pero
sus alcances están por verse: pueden malograr los planes reformistas del
presidente Biden y las perspectivas optimistas del mundo, o acelerar su regreso
a los sótanos del mundo paranoico americano de donde nunca deberían haber
salido. En todo caso, allá el proceso está abierto, nos
implica de mil formas y coadyuva para que nuestro drama no acabe necesariamente
en otra “tragedia del desarrollo”, como solía llamarlas el sabio Hirschman. Así
es esto de la marcha del mundo y sus globalidades. El triunfalismo presidencial recuerda algunas de
las grandes películas gringas sobre sus querencias demagógicas, pero no va más allá.
Su trama sería de poco alcance e impacto sobre nuestra memoria, salvo para
recordarnos lo que no debe repetirse. Presumir recuperación económica y “paz,
tranquilidad y gobernabilidad” es consigna con mecha corta. Sobre el populismo tabasqueño se ha publicado
mucho y mucho malo, haciendo psicologismo de segunda y, peor aún, análisis
político y hasta estructural con base en analogías poco cuidadas. Las referidas
al gobierno del presidente Echeverría sirven de poco para ubicar al actual Presidente
y, desde luego, para evaluar el lugar y significado de aquel gobierno en la
historia contemporánea. Si López Obrador quiere o no “retornar” a ese pasado y
volverlo presente puede ser tema de política ficción, pero no tiene sustento,
menos soporte histórico. Lo que el país tiene pendiente y enfrente, a
partir del “día después”, es la realización de una verdadera reforma política
entendida, por fin, como reforma del Estado. Que, ahora sí, todas las fuerzas
políticas y todas las voces asuman que es muy costoso y riesgoso para la
República seguir posponiendo la inconclusa reforma económica y social, para empezar
la que tiene que ver con las finanzas públicas y su inveterada precariedad. De no darse este fundamental paso, la reforma y el
gobierno habrán fallado, en especial por su incapacidad de proteger y rescatar a
las deterioradas comunidades alojadas en el mundo del trabajo formal e informal
y las ubicadas en profesiones maltratadas o desatendidas, en primer término,
las relacionadas con el servicio público o el empleo directo en el Estado. Amplios contingentes de quienes votaron por López
Obrador, lo hicieron debido a sentimientos de indignación y rechazo contra los partidos
gobernantes en la era inicial, “germinal”, diría Pepe Woldenberg, de nuestra
democracia. No lo hicieron contra la democracia realmente existente ni se
quejaron de la institucionalidad erigida para procesar pacíficamente la lucha
por el poder y su transmisión. En ambos frentes, nuestro edificio institucional y
nuestro todavía imperfecto intercambio democrático, los mexicanos lo hemos
hecho bien y no puede sino preocupar que, incluso desde la cumbre presidencial,
se denigre esa arquitectura y se estigmatice abusivamente a los consejeros
electorales que han dado pruebas eficientes y suficientes de probidad
republicana. Si el empeño es genuino, si lo que se busca es el
rescate de millones de mexicanos damnificados y la reconstrucción de una
economía bien asentada en instituciones protectoras, hay que sumar voluntades. Dejar
de dar vueltas a la noria de la desconfianza.
Si de elección histórica se habla la convocatoria
es, debería serlo, a emprender un nuevo curso de desarrollo.