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Psico-tips



GERARDO OCÓN DOMÍNGUEZ

Educando o doblegando


Domingo 06 de Junio de 2021 7:10 am


EN todas las culturas existen palabras para denostar, agredir y restar valor a las personas humillándolas. Esta forma de comunicación se llama insulto. A menudo tienen su origen en exagerar situaciones singulares, características físicas o defectos que caracterizan a quien se desea insultar.

Asestar un insulto hasta el punto de conseguir una no respuesta equivale a una victoria, una inyección de energía, aumento en la autoconfianza (mal habida) y consolidación de la posición de poder. En muchas de esas ocasiones la posición de poder se justifica por la autoridad, por la fuerza o por las circunstancias. Pero como todas las circunstancias, nada es permanente, y en ocasiones el valiente vive hasta que el cobarde puede y logra defenderse.

Las posiciones de autoridad son aquellas en las que tenemos personas bajo nuestra responsabilidad y podemos ejercer ciertas potestades, tales como ordenar cambios o mantenerlos. Así, pues, mientras que un albañil puede traer desde un sólo chalán, un albañil jefe de una cuadrilla tiene a su cargo cuatro personas.

Los insultos y las groserías están presentes en todos los niveles socioculturales y económicos. Me sorprendió saber que en los círculos de ejecutivos de alto nivel de empresas, los albures y las groserías son el pan nuestro de cada día.

Esto no deja de ser un reflejo de lo que llega a suceder en los hogares, y es que en muchas ocasiones quienes nos hemos convertidos en padres o madres, aprendimos a ejercer la paternidad y la maternidad siendo hijos. O sea, tratamos de ser papás a partir de nuestra experiencia como hijos.

Si bien es cierto que en muchas ocasiones tratamos de agregar o eliminar técnicas que no nos gustaba que nos aplicaran, también es cierto que voluntaria o involuntariamente mantenemos patrones de enseñanza que pudieran ser igualmente nocivos.

Uno de esos son los insultos a nuestros hijos. Aun teniendo las mejores intenciones, insultarles no los educa, sino que los hace sentir que tienen menos valor, daña su autoestima, los sume en sentimientos negativos como la ira, la angustia, el temor, la decepción, inseguridad y el odio.

¿Quién no recuerda haber sufrido o visto a un padre o madre regañarlos con insultos? Insultarles no va a mejorar su desempeño, es una programación negativa de su imagen y, como resultado, también imprimimos una imagen negativa de nosotros en ellos. Estamos doblegando su espíritu mucho antes que lograr una verdadera educación. En sí, el insulto es resultado de nuestra frustración, pero la descargamos contra quien no entendió la instrucción, no en contra quién expresó la instrucción de forma inadecuada.

Estoy convencido que muchas de las equivocaciones en las actividades diarias de nuestros hijos están relacionadas con la forma en que damos las instrucciones: esperamos que ellos entiendan lo que queremos que hagan a nuestro estilo y velocidad, a veces con muy pocas palabras e instrucciones confusas. Ese entendimiento casi mágico que en raras ocasiones se logra entre maestro y aprendiz, lo damos por sentado porque son nuestros hijos. Un buen maestro(a) no sólo es bueno porque sepa mucho, sino porque sepa transmitirlo y transmitirlo de diferentes maneras para que al aprendiz entienda lo que tenemos en nuestra mente.

Por otro lado, criar implica educar, y aunque no estudié en una Normal de Maestros, estoy seguro que en ningún libro y en ninguna parte se incluyen los insultos o las vejaciones. Luego entonces, ¿por qué razón deberíamos nosotros los padres y las madres usarlos como recurso para que nuestros hijos nos entiendan y para que nos obedezcan?

Cuando damos instrucciones precisas a nuestros hijos y logramos completar tareas en conjunto, estamos educando con el ejemplo y cultivando las relaciones. Además estamos alimentando su espíritu con satisfacciones, mejorando sus capacidades motrices y emocionales.


*Psicólogo