Crónica de un retiro…
JULIO CÉSAR ZAMORA VELASCO
Sábado 20 de Noviembre de 2021 10:26 am
ERAN casi las 10 de la noche. Por la inseguridad que abunda en la
ciudad, decidí que sería más prudente acudir a uno de los cajeros automáticos
que están dentro de las tiendas de conveniencia, pues a esa hora, los
despachadores de las instituciones bancarias están desolados. Me dirigí hacia el norte
y me detuve en una de las calles perpendiculares a la de Venustiano Carranza,
en la esquina de Carlos de la Madrid Brizuela. Antes de apagar el vehículo
observé a un hombre y una mujer sentados sobre las gradas de un local
comercial, ya cerrado. Ambos me miraron y luego voltearon hacia otro lado. Delante de mí estaba
estacionado un Chevy, un modelo algo deteriorado, con placas de Jalisco. De
pronto, de ese carro descendió un joven de unos 23 ó 24 años de edad, a lo
mucho. Se encaminó hacia la pareja que se hallaba sentada en las gradas, pero
no se saludaron. Entonces bajé de mi
automóvil. Noté bastante afluencia en la tienda de conveniencia, tanto al
interior como al exterior. La gente entraba y salía con frecuencia. Al ingresar
al establecimiento, me dirigí al fondo, por el lado derecho. Sobre el pasillo,
en un comedor alargado, estaba otro muchacho aparentemente entretenido en su
teléfono celular, con un videojuego. Me llamó la atención que no tuviera ninguna
bebida o alimento a su lado, pues esa es la finalidad de utilizar esos
espacios, consumir ahí mismo los productos. El cajero automático
estaba libre, es decir, sin usuarios. Realicé la operación y regresé por el
mismo pasillo. Ahí seguía el muchacho jugando en el comedor. Cuando salí de la
tienda y me dirigí hacia mi vehículo, ya no estaban la mujer ni el hombre sobre
las gradas del local comercial, quien ahora estaba sentado en ese espacio era
el joven del Chevy, girando con su mano derecha un listón del que pendía una
llave, posiblemente la de su carro, como si estuviera esperando a alguien o
estuviera intranquilo. Desde que salí del
establecimiento hasta que abrí la puerta del carro, por decir así en 30 pasos,
el joven me miró disimuladamente, según él, en dos ocasiones. Cuando subí al
automóvil, giré en reversa para salir a la calle Carranza, pero antes de
arrancar para continuar hacia el sur por esta vialidad, el del Chevy ya había
encendido también su vehículo, intentando hacer la misma maniobra, salir a
Carranza. Entonces arranqué y
avancé unos 15 metros para de inmediato orillarme a la derecha, delante de un
camión estacionado. Por el espejo retrovisor vi que el Chevy también salió a la
calle Carranza en dirección sur, e irónicamente avanzó la misma distancia, para
dar vuelta en un retorno. Mas no lo hizo en u, sino que tomó la calle de la
izquierda, en sentido contrario. Aun sin avanzar, esperé
a ver si el Chevy tomaba otro rumbo o se metía a alguna vivienda, pero no, a
media cuadra se detuvo, giró y se regresó por la misma calle para detenerse y
estacionarse en la esquina. Es decir, para quedar casi de frente a la tienda de
conveniencia, y no por un costado como estaba antes y a la vista de la gente.
Entonces, con toda la intención de hacerle notar que ahora el observado era él,
ingresé a la misma cuadra, me vio e hizo una expresión de asombro, por lo que
de inmediato abrió el cofre de su Chevy, simulando que algo arreglaría al
carro. El final de la historia
lo desconozco. El amigo que vivió hace tres días esta experiencia que ahora
relato en primera persona, me comentó que tal vez era un intento de robo, hacia
él, hacia el negocio o hacia otra persona que se hallaba en la tienda. O quizá
a nadie en ese momento, sólo un halcón que observaba quién o quiénes, cómo y a
qué hora ingresaban al establecimiento, para quizá luego cometer algún atraco. Usted, lector, podrá
hacer sus propias conclusiones, pero lo cierto es que por las circunstancias
narradas en esta crónica, hay mucha suspicacia y posiblemente algo turbio se
planeaba. Las placas foráneas también generan desconfianza. El mejor desenlace que
puede uno darle a esta experiencia ajena es andarse con cuidado. Ser más
observadores de nuestro entorno, especialmente cuando se trata de acciones que impliquen
algún interés o riesgo, como suele ser acudir a los cajeros automáticos.
Quienes viven por los alrededores de la zona, sería un acierto que reportaran
situaciones sospechosas a las autoridades, pues con frecuencia suceden robos a
casa habitación, mientras que las tiendas de conveniencia son los blancos más
frecuentes, en cualquier colonia, de ladrones.
El
clamor social es que los diferentes cuerpos policíacos hagan su parte, que en
realidad realicen labores de vigilancia y patrullaje, que sean los agentes
quienes inspeccionen y detecten las situaciones irregulares o sospechosas, que
se anticipen a los delitos o, cuando menos, estar en el momento para actuar en
consecuencia.