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Psico-tips



GERARDO OCÓN DOMÍNGUEZ

La herencia invisible


Domingo 21 de Noviembre de 2021 7:48 am


COMO padres queremos lo mejor para nuestra familia. Quisiéramos que nunca falten alimentos adecuados en la mesa, salud o en su defecto la posibilidad de que les atiendan los mejores doctores o doctoras. En cuanto a los alimentos, lo más fácil es optar por los alimentos con altos carbohidratos (que son moléculas de azúcar y por lo tanto son dulces) que son más apetecibles, pero altamente adictivos.

Cualquier madre o padre responsable dosificará estas moléculas a pequeñas raciones una o dos veces al día. Aunque no es raro ver familias que almuerzan, comen y cenan con refresco, eso sin contar que la botana chatarra está a la orden del momento. Bolsitas de dulces y bolsas de papas a cada rato.

El plato del buen comer, en un contraste muy marcado, el plato del buen comer debe contener verduras y frutas, cereales y tubérculos, leguminosas y proteínas de origen animal. Esto en cantidades suficientes, pero no exageradas y en proporciones relativas a la actividad que realicemos.

Es verdad muy pocas familias están habituadas a balancear los alimentos, pero es más por falta de costumbre, que por una verdadera imposibilidad. De hecho se nos dificulta adquirir esa costumbre son otras costumbres. La primera es que la comida mexicana está muy arraigada en cada una de nuestras familias, como en cualquier cultura que hereda las recetas generación tras generación.

Otra de las situaciones es la adicción a los carbohidratos, tan presentes en nuestra comida como el maíz (alimento alto en carbohidratos y base en la dieta en México; de éste se derivan diferentes platillos como los tacos, sopes, tlayudas, atoles y muchas otras modalidades). Agreguemos que la preparación debe ser rica en sal y abundantemente grasosa. Ahora tenemos un cocktail para la triada de la muerte: diabetes, colesterol e hipertensión. Aparte de todo esto, los padres y madres contribuimos con el ejemplo que damos en la mesa al evitar comer ciertos alimentos que no nos gustan.

El ejemplo clásico es el papá que se come sus tacos sin verdura porque no le gustan sus tacos con cilantro y cebolla. Durante un tiempo sus hijos e hijas pequeños, de unos cuantos años de edad, comen sus tacos sin mayor novedad que el gusto de comer tacos en familia. Pero llegado un momento, por sentirse más allegado o identificado con el papá, decide imitarlo diciendo que quiere sus tacos sin verdura porque no le gusta.

Para sorpresa de papá y mamá, porque es una situación jamás presentada, sí es la primera vez que sucede, pero el papá al no comer verdura en sus tacos, carece de autoridad moral para obligar o argumentar para que se coma sus tacos con verdura. Obviamente no es lo mismo “no me lo como porque me hace daño”, a “no me gusta”. Muchas veces esa molestia ha sido implantada de la misma manera.

Recuerdo a un conocido que no le gustaban las verduras casi de ninguna clase y le pedía a su esposa que cuando fuera a cocinar platillos con muchas verduras, le hiciera favor de avisarle para no ir a comer a casa. Pasados los años, por una vuelta de la vida, tuvieron que cocinar casi siempre con más verduras, más frutas, menos carbohidratos, menos carne, menos pasta; mucho menos de lo que le gustaba. Y entonces ya no pudo menos que poner el ejemplo en la mesa y comer unos deliciosos chayotes empanizados, poniendo el ejemplo en casa para que su renuente hijo comiera sus platillos con más verduras.

Pero en ocasiones la influencia viene de la escuela, de la calle, de los primos, del tío, del héroe de la televisión, de una caricatura. Y entonces nuestros hijos se abanderan con el lema “¿Por qué yo sí tengo que comerlo?”.

Como padres y madres, una de nuestras responsabilidades es tratar de no influir negativamente en el desarrollo de nuestros hijos siendo un ejemplo como patente de calidad moral. Esto es un elemento de una herencia intangible, parte de la educación que legamos de generación en generación. Y en su casa, ¿les gustan las frutas y verduras?


*Psicólogo