La dualidad funesta de López Velarde
JULIO CÉSAR ZAMORA VELASCO
Sábado 27 de Noviembre de 2021 7:25 am
FUE en la Feria de la Primavera, al mediodía de un sábado de
gloria, cuando llegamos a Jerez de García Salinas, municipio de Zacatecas, para
conocer el terruño del poeta Ramón López Velarde; entrar a su casa y recorrer
“el sueño de la inocencia”. Lectores o no, jerezanos
o no, para una parte de la población mexicana el nombre de Ramón López Velarde
es sinónimo de patria, clasificándolo como un poeta cívico o nacionalista; ¿y
cómo no, si el poema más difundido (y quizá el único leído por muchos) ha sido
La Suave Patria, como una lectura obligada cada septiembre en diferentes años
escolares, objeto de declamaciones no sólo en las escuelas, sino en ceremonias
oficiales, discursos patriótico-políticos y hasta en cantinas, quizá este el
último lugar donde se pronuncia con más emoción y franqueza. Había fiesta en la plaza
principal (jardín) y en los callejones, pero luto en los templos, como si la “dualidad
funesta” de los versos del poeta se revelara en el entorno jerezano: en los
primeros había tambora (banda musical), baile y bebida; en los segundos,
silencio y contemplación. Una doble arista, unos en la celebración de la carne,
otros en la reanimación del espíritu. En palabras del escritor
Hugo Gutiérrez Vega, la poesía de López Velarde “es un trabajo de amor.
Católico y seguidor de Baudelaire, vivió una dicotomía constante (…) La
sensualidad lo rodeaba para hacerlo girar en su frenético vértigo y, cuando se
dejaba llevar por el éxtasis, lo despertaba la dolorosa sensación de haber
incurrido en un sacrilegio”. Haber llegado a Jerez en
tiempo de Semana Santa me pareció algo simbólico, como si la travesía para
conocer su hogar hubiera sido motivada, a propósito del lenguaje teológico de
López Velarde, por esta fecha religiosa. Y vi entre las mujeres jerezanas a
Fuensanta, con sus faldas largas “hasta el huesito”, pero también a las “mariposas
de sangre”. La permanente dualidad
del poeta es tentación y arrepentimiento, carne y espíritu. Por ello Octavio
Paz dijo que el erotismo expresado en su obra está teñido de crueldad. Porque
lo religioso y lo erótico se contraponen en sus versos: Me asfixia, en una
dualidad funesta,/ Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,/ y de Zoraida la grupa
bisiesta. Forasteros encantados
por el pueblo mágico, caminamos sin un rumbo específico, sólo nos dejamos
llevar “al son del corazón”. Así descubrimos el majestuoso Santuario de Nuestra
Señora de la Soledad, edificado en 1805, es la santa patrona de los jerezanos,
la que vio llorar “cabizbaja y benévola” al poeta. Frente al templo está el
bellísimo Edificio de la Torre, construido en 1894, siendo la primera escuela
oficial para niñas. Está revestido por una exótica combinación de estilos
gótico y mozárabe mudéjar. A un costado se halla el andador artesanal, donde
probé los sabrosos duros de chicharrón, con cuero y pata de puerco bañados en
salsa de chile colorado, ajo, orégano y jitomate. Su vida fue breve, murió
en pletórica juventud, irónicamente a la misma edad de Jesucristo, como él
mismo lo expresó en su poema titulado Treinta y tres: La edad del Cristo azul
se me acongoja/ porque Mahoma me sigue tiñendo/ verde el espíritu y la carne
roja,/ y los talla, el beduino y a la hurí,/ como una esmeralda en un rubí. Dos cuadras más
adelante, se llega a la iglesia de la Inmaculada Concepción, la primera que se
estableció en Jerez con la llegada de los españoles a la zona. De ahí, a una
cuadra se encuentra la casa en la que vivió Ramón López Velarde, hoy museo
interactivo de cinco habitaciones, estancia, cocina, un patio interior con
pajarera y otro con pozo, donde se colocó una escultura del poeta. Cada sala
está ambientada y amueblada a la época de su infancia (última década del Siglo
19), con escritos, fotografías de la familia, una mampara cronológica sobre su
vida y obra. En 2009 se rediseñó el museo para recrear las salas (en todos los
espacios) mediante sensores que activan narraciones, episodios biográficos y
poemas. Este 2021 se cumplieron
100 años del fallecimiento del poeta, y a razón de ello reproduzco este
artículo que escribí hace un año en el suplemento Ágora, concluyendo con los
versos que José Juan Tablada tituló Retablo a la memoria de López Velarde: No
se ha visto/ Poeta de tan firme cristiandad./ Murió a los treinta y tres años
de Cristo/ Y en poético olor de santidad.
El
poema finaliza con esta insigne jaculatoria: Un gran cirio en la sombra llora y
arde/ Por él... y entre murmullos feligreses/ De suspiros, de llantos y de
preces,/ Dice una voz al ánimo cobarde:/ «¡Qué triste será la tarde/ Cuando a
México regreses/ Sin ver a López Velarde!».