De ayer y de ahora
ROGELIO PORTILLO CEBALLOS
Trabajo y amor
Domingo 12 de Diciembre de 2021 1:58 pm
FUE en diciembre de 1980 cuando la vi por primera vez. Me gustó su estampa, con alegría, educación y belleza. A sus 24 años, estaba sentada frente a su escritorio y máquina de escribir afuera de la oficina donde pensaban asignarme como titular. La observé sentada atendiendo diligentemente sus responsabilidades como secretaria de aquella oficina. Llegué para suplir a su jefe y así empecé a conocerla. Había sido nombrado Coordinador administrativo de la Dirección de Energía de la Secretaría de Patrimonio y Fomento Industrial, en la hoy Ciudad de México. Con mis 28 años, llegaba a esa responsabilidad con todas las energías e ilusiones de un joven profesionista que deseaba hacer carrera político administrativa y con esos ímpetus abordaba mis responsabilidades tratando de hacer lo mejor posible las cosas. Pronto me di cuenta que con ella como secretaria contaba con una excelente persona laboriosa, conocedora y atenta a los requerimientos del trabajo. Al tiempo que me familiarizaba con todo ese mundo administrativo de recursos humanos, materiales y financieros, iba conociendo más de cerca aquella eficiente y hermosa mujer. Así pasaron los meses y con el tiempo transcurrido conocía más sobre su carácter, estudios, familia y persona. Y supongo que ella también se enteraba de mis aficiones, estudios, amigos e intereses. Empecé a acariciar la idea de conocerla más aunque pensaba que podría ser difícil combinar el mundo laboral y mi carácter serio y formal, con verme con mi secretaria fuera del trabajo. Pero como dicen: en cosas del corazón no se puede mandar. Por eso un buen día decidí invitarla a salir, a sabiendas que se adentraba uno en un campo que ya no era laboral, sino sentimental. No solo una, sino varias veces mi invitación fue amablemente negada. Aunque no me gustaban esas respuestas yo seguí trabajando y siendo igual que siempre. Un buen día la volví a invitar pensando en su ya acostumbrada negativa, cuando mi sorpresa fue mayúscula por ser su respuesta afirmativa. Algo turbado pero con grata emoción salimos a cenar, platicamos largo y tendido y ya con mayor afinidad nos hicimos novios y guardamos la máxima discreción en el trabajo. Por un tiempo vivimos dos mundos: uno el laboral y otro el sentimental. Con el tiempo transcurriendo la visitaba en su casa después de haber aprobado el “examen profesional” ante su madre y familia. La verdad yo siempre sentí que su madre me aceptaba muy bien y supongo que algunos consejos le darían a su hija para que todo prosperara. Mi suegra era excelente anfitriona y preparaba deliciosos platillos. En el mundo del noviazgo, que duró año y medio, busca uno o ambos complacerse mutuamente y mostrarse dignos del mutuo afecto. Es una época de expansión vital donde el corazón irradia plenitud. Así, ella me invitaba a cenar a su casa y me preparaba platillos exquisitos y muy elaborados y compartíamos momentos muy gratos. En su casa, hacia el sur de la Ciudad de México, tenía una hermosa sala con un piano antiguo en uno de sus extremos. Allí pasábamos largos ratos dialogando y diseñando nuestro futuro. Ella recibía clases de piano. Un buen día mi adorable novia me dijo: “Mañana te invito a mi casa, voy a prepararte algo delicioso para que cenemos”. Ese día llegué a su casa, y después de saludarnos pasamos al comedor donde estaba desplegada una mesa muy arreglada donde disfruté de sabrosos platillos con exquisitos ingredientes. Aquello fue excepcional. Después de esa cena pasamos a la sala y le pedí que tocara algo en el piano. Me dijo: Te voy a tocar Para Elisa, de Beethoven. Ella empezó a tocar, haciéndolo muy bien. Estaban otros miembros de la familia escuchando, y ya que terminó, mi concuña Miriam le dijo: ¡Qué bonita interpretación!, es la que estuviste practicando toda la tarde mientras tu mamá cocinaba esta rica cena que tuvimos. Continuará.
