Cargando



De ayer y de ahora



ROGELIO PORTILLO CEBALLOS

Noche y viaje de bodas


Domingo 19 de Diciembre de 2021 1:38 pm


CUANDO me casé estaba por cumplir 31 años y mi esposa tenía 26. Somos o provenimos, más o menos, de una situación social, educativa y económica similar. Nos conocimos en el trabajo, en una dependencia pública en la Ciudad de México. Cuando por primera vez la vi, me gustó.

Como me gustaba mucho, tanto por su hermosura y atractivo físico, como por sus innumerables cualidades que le fui descubriendo poco a poco, y dada mi seriedad, formalidad y timidez, no me era fácil “aventarme” completamente, aunque sí le hacía la lucha invitándola a salir cada vez que podía.

Estas invitaciones eran amablemente rechazadas porque, cosa que después descubrí, le atraía demasiado y pensaba que, si accedía pronto, podía no valorarla suficientemente. Después de algunas semanas y meses en donde nos “estudiamos” uno al otro, nos hicimos novios, aunque el noviazgo lo mantuvimos en secreto en la oficina en donde trabajábamos, para evitar chismes y habladurías.

Después de un bonito noviazgo con Rocío, y yo ya con el anillo próximo a dárselo, un buen día me pregunta a quemarropa: “¿Bueno Rogelio, y a qué le tiro contigo?”. “¿Cómo que a qué le tiras, preciosa?”, respondía añadiendo: “pues le estás tirando al puro blanco y ya le diste”. Después, y aunque uno siempre se considera “verde”, le propuse matrimonio entregándole el anillo. Luego vendría la boda, la iglesia, la fiesta y el viaje de bodas.

Mari, una amiga de nosotros, nos dijo unos días antes de la boda: “Les voy a regalar el costo de una noche en una suite del Hotel María Isabel, el del Ángel de la Independencia, para el día de su boda”. Y así fue. Después del ajetreo de la boda, de los últimos detalles, de revisar el coche que utilizaríamos en el viaje de bodas, de estar en la iglesia, de saludar y atender parientes y amigos, de disfrutar de la fiesta, de brindar y bailar hasta la madrugada, nos despedimos de la familia e iniciamos nuestra noche de bodas dirigiéndonos a la suite que nos habían regalado.

Una vez instalados en ella y después de ponernos cómodos, me dijo mi flamante esposa: “Voy a avisar a mi casa que llegamos bien...”. Respondí: “Bueno, pero no te tardes”. Ella tomó el teléfono, marcó el número y por la conversación supuse que había contestado un hermano muy desvelado. La conversación fue más o menos así: “Hola habla Rocío, ya llegamos al hotel, les habló para avisarles que llegamos bien...”. Del otro lado el hermano le decía: “Qué bueno que hablas, pero por la hora y tu situación, ¿no tienes otra cosa más interesante que hacer?, ya no avises tanto”. Efectivamente, aquella noche tuvimos una “cosa” muy interesante que hacer, misma que nos desveló todavía más, por lo que al día siguiente nos levantamos tarde e iniciamos nuestro viaje de bodas hacia Morelia y Pátzcuaro.

Como es natural en unos recién casados, está uno expuesto a contraer algún resfriado tanto porque usa uno, en la noche, menos ropa que de costumbre; porque se desvela; porque brinda con bebidas frías y hielitos a cada rato y, en mi caso, por los cambios de clima que experimentamos en el viaje.

Aquel año, 1983, fue muy caluroso en el mes de mayo en que nos casamos. Por todo ello, ya en Pátzcuaro, mi garganta estaba afectada de fuerte faringitis. Así, caí en cama a los pocos días de mi boda. Recuerdo que llegó el doctor al cuarto del hotel en donde nos hospedábamos; me revisó, se dio cuenta de nuestra situación de recién casados y dijo: “le voy a recetar estas medicinas y me apena que estén recién casados pero, y se dirigió sólo a mí, diciendo: “Tendrá que descansar, ¿me escuchó bien señor?, dije descansar”.

Así dejé de “funcionar”, creo que uno o 2 días, me repuse y continuamos nuestro viaje de bodas hasta Colima y Manzanillo, disfrutando como pareja del amor que Dios nos dio y que nosotros nos esforzamos por conservar y mejorar. Continuará.