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El desprecio por la técnica



MANUEL GIL ANTÓN


Sábado 22 de Enero de 2022 8:00 am


LA educación superior es, a partir de la reforma educativa de la presente administración, obligatoria. Acceder a ella requiere, como condición ineludible, haber concluido la media superior, y cumplir con los requisitos de ingreso que las instituciones han establecido (un cierto promedio en el ciclo anterior, por ejemplo). Por ello, su carácter obligatorio implica, para el Estado, que ningún egresado del nivel previo que así lo decida, carezca de un sitio para cursarla.

Esta disposición está orientada por un proyecto escolar que tiene como ideal –y por ende una lógica– en la que la meta de una escolarización cabal es el ingreso a una universidad o institución de educación superior (IES). Luego de la educación básica, compuesta por el preescolar, la primaria y la secundaria, se abre el tramo que prepara (durante muchos años se llamó, por eso, Preparatoria) a las personas para ingresar a lo que, independientemente de las denominaciones, se concibe como “la universidad”. Aunque han cambiado los nombres y en nuestros días el nivel medio puede ser llamado, a guisa de ejemplo, Colegio de Bachilleres, su sentido más profundo sigue siendo propedéutico: habilita para seguir hacia la educación superior.

No ignoro que hay instituciones de capacitación para el trabajo, y otras que incluyen, en el último grado, estudios que permiten ingresar al espacio laboral, pero la tendencia general por parte de las familias y quienes alcanzan ese escalón, es dar el siguiente paso para “ser alguien en la vida”. Es la herencia más buscada por los progenitores para sus descendientes: arribar a la universidad o una IES que equivalga a ello.

La percepción de las ventajas de ser profesionista universitario, para revertir o al menos paliar las carencias de la generación de la que provienen, se conserva y, de acuerdo con los estudios al alcance, en efecto –no como antes– sí significan un ingreso mayor que los que carecen de ese certificado cuando se obtiene un empleo relacionado con los estudios, cuestión que es cada vez más improbable. Se requiere, en muchos casos, posgrado, e incluso estudios posteriores, sin que una ocupación acorde con lo imaginado esté disponible con seguridad.

En un país en que más vale tener conocidos que conocimientos, se estrecha la promesa que algún día dio sentido y guio la construcción de un sistema educativo lineal. ¿No será tiempo de analizar, a profundidad, si esta modalidad es la más adecuada? ¿Podríamos revisar, desde la izquierda, si no hemos interiorizado, al impulsar este trayecto unidireccional y sin salidas laterales dignas, poco o nulo aprecio por las actividades técnicas que también exigen una preparación especializada, como proyecto educativo y destino laboral factible y necesario?

No cabe duda de que, para ello, se requiere modificar la retribución social (expresada en ingresos, prestigio y condiciones de trabajo adecuadas) para las actividades técnicas: mientras la formación escolar, o la derivada de la experiencia en el trabajo, que habilitan para el ejercicio de un saber hacer práctico sea signo de fracaso en el proceso educativo ideal, muy poco, o nada, se contribuye a lograrlo.

Creo que estamos ante un tema social, y educativo, importante: reducir las brechas del aprecio social entre estratos por grados alcanzados, y recuperar el valor de la técnica como un componente social de la mayor relevancia. Temas como este deben ser, a mi juicio, indispensables en un proyecto de transformación educativa urgente.

 

*Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México

 

mgil@colmex.mx

@ManuelGilAnton