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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ
El órgano más grande
Martes 08 de Marzo de 2022 7:56 am
ÚTERO es una palabra tan grande que podríamos leerla sin preocupación, y sin gafas, en lo más alto de la Torre Latinoamericana o simplemente verla y entenderla en los pedestales del Paseo de la Reforma, donde el movimiento Útera Libre impulsa discursos que encajan bien en los tiempos actuales, pero siguen encontrando resistencia por parte de los numerosos adjetivos, hoy de uso común, endilgados por las compañeras feministas a cualquier cosa que pretenda ningunear los derechos alcanzados por las mujeres en México. No ha sido fácil. Muchas han caído, y es en función de este síntoma duplicado en las conciencias de todas las generaciones, que nos hemos dado cuenta, mal que bien, de la trascendencia de la palabra género y de las palabras asociadas a la libertad y la identidad sexual, pero sobre todo a esa zona de transición entre el heteropatriarcado y la valla formada por transexuales, cuirs y posturas lésbicas en todas sus acepciones. Algo que no se veía ni era cotidiano, es hoy tan común como un beso entre dos chavas que se quitan el cubrebocas para dárselo y despedirse, cada quien a su chamba. Útero, una palabra esdrújula cuya resonancia me remite de inmediato a la posibilidad de procrear, de dar vida, de generar gestaciones en las paredes tibias de ese interior carnoso de las hembras de todas las especies, fuente primordial de multiplicación y, por lo mismo, eje de la feminidad junto con otros elementos propios de lo no tangible: el alma, el pensamiento, las emociones, los proyectos. Un aglutinarse de manantiales en permanente producción, y de los cuales ellas son las únicas dueñas. Útero como una forma de manifestar el puño en alto en esta revolución del Siglo 21 y dar de mazazos a lo machista y a lo patriarcal, sobre todo en el ámbito de la deconstrucción: deconstruir para ir eliminando los patrones paternalistas, los ciclos nocivos que ensalzan a la princesa y su boda en los cuentos de hadas o las condenan al cuidado de los hijos o a la realización de las tareas domésticas. Narrativas que nos inculcan desde muy jóvenes para mantener un régimen que no ha sabido encontrar la justicia y el punto medio en su relación con las mujeres, las niñas, las adolescentes. ¿Pero qué más es el útero hoy, aparte de su capacidad para reproducir al ser humano? ¿Cómo es o debería de ser ese útero que nos diferencia de ellas y marca un límite, una frontera? Si el discurso es sobre el control de parte del Estado de este que es el órgano más grande del cuerpo femenino, ¿de qué manera se le dará un nuevo significado y en cuánto tiempo? Los procesos revolucionarios asociados al cuerpo, y olvidémonos de Foucault y Cixous, deberían marcar la tendencia hacia nuevos objetivos, dentro de los cuales por fuerza debería estar, en primer sitio, el cese a la violencia, pero sobre todo la equidad real. Ya lo estamos viendo ahora con más mujeres en más puestos de poder y aunque ese no es el destino final, sí debemos aceptar que los cambios, cuando vengan de aquí en adelante, serán desde la trinchera femenina.