Cargando



Tres limoneros, una lima



ANTONIO CABRERA


Domingo 14 de Agosto de 2022 12:26 pm


DURANTE la mañana espere a I. vendría a plantar un par de árboles de limón que había personalmente preparado. En un injerto sobre limón mexicano, creó una nueva planta con el llamado limón persa, o algo así.

Llegó feliz con cuatro plantas enhiestas, lustrosas, midiendo la mayor de éstas poco menos de un metro. Bautizadas como Beccaria, Petit, Cacharpas y Don Cacahuate, son la esperanza de reforestación del patio, que en otros lejanos años había contenido un pequeño bosque de frutales.

Terminó de hacer los cajetes a cada uno de los especímenes y pronto agua fresca cubrió los canales de los rodetes.

Mi amigo I. se mostró satisfecho, recargado un poco en su pala se limpió el sudor con el antebrazo y aceptó un vaso de agua. Luego, muy serio, pidió que cuidara los arbolitos. “Son pequeños” dijo, y mientras lo decía pasaba las manos suavemente por las hojas de Petit, una lima entre los tres limoneros. 

Volteó la mirada antes de dejar completamente atrás el patio, se quitó el sombrero y con paso recio pero lento, fue alejándose, solo al llegar a la puerta se detuvo y nuevamente me preguntó si alguna vez cuando niño tuve perros, y le dije de Mosaico, un viejo perro que recuerdo de la infancia sin saber si lo tuve o no, solo que lo conocí y tengo en buen recuerdo, como si mío hubiera sido. Era un pastor alemán muy amistoso, del que no recuerdo ladridos curiosamente, solo su jadeo constante, su cuidado mío y de mi hermanita, de su parado atento, cosas así. 

Un poco impaciente al escuchar tantos recuerdos cuando solo esperaba una respuesta, I. me advirtió: esas plantitas no son menos que perros, que gatos o cualquier otra mascota, son nobles, generosas, si las cuida lo van a cuidar, van a dar fruto, le van a cobijar la tierra y evitar que se le inunde el patio, le van a dar más oxígeno para respirar, sombra y pensamientos. Todo eso me dijo atropelladamente, como si se lo estuviera guardando durante mucho tiempo, bueno, casi me sentía amonestado.

Solo atiné a preguntar: “¿también pensamientos?”

Con poca paciencia ya, me dijo que cuando a él se le acaban los pensamientos, porque no sepa resolver un problema o quiera hacer algo más sin saber qué, cuando necesita arreglar algo y no sabe cómo empezar, va con las plantas, las riega, platica con ellas, las toca, las percibe, entonces tiemblan un poquito las hojas aunque no haga viento, es como si platicaran, entonces -me dijo- le dan ideas, trabaja más a gusto, siente que crece con ellas, como si le devolvieran al corazón el agua que dejó en sus raíces.

Despedí a I. un poco animado por su respuesta, no lo esperaba de una persona que ha dedicado su vida al campo en las circunstancias más difíciles. Tan pronto como se fue regresé al patio, les platiqué a cada uno de los arbolitos de la anterior conversación y de las locuras de su antiguo dueño, entonces, las cuatro plantas y yo reímos juntos… ¡vaya ocurrencias!