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Innovemos algo ¡ya!



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA

Sutil


Domingo 18 de Septiembre de 2022 7:44 am


A veces es doloroso tener que decir la verdad, quizás es porque, en el fondo, guardo el anhelo de que hubiese una varita mágica que pudiera transformar lo adverso en tan solo un mal sueño, pero, a veces, eso no es opción, y toca enfrentar una realidad que duele, que nos deja impotentes y confusos.

Hay relaciones que, por más que lo queramos, nunca serán sanas, de esas, las más difíciles de notar y de dejar son las matizadas por una violencia pasivo-agresiva ¡Sí! No toda la violencia es notoria, evidente o clara; existe una violencia sutil, que, como gas, penetra y se instala haciendo estragos, sin que lo notemos, por lo menos no hasta que esto sea ya un desastre emocional.

Un depredador pasivo-agresivo parece buena persona, incluso hasta bonachón. Al principio es todo un encanto en persona, sabe que decir y cómo actuar para que su víctima confíe, para que se establezca la dinámica de poder y sumisión que se está comenzando a tejer. Son muy nocivos, hacen que su víctima lo crea un santo y ella la podrida, son capaces de invertir años, de estirar y aflojar, hasta que, por fin, su víctima está vencida y, cuando esto ocurra, será hora de simplemente cambiar de juguete.

Vislumbrar desde que estructura mental actúa una persona que ve a las personas como medios, como objetos o como satisfactores de sus necesidades es imposible para quien ve la vida con empatía y compasión y, justo en esa disparidad, es en donde las víctimas se atrapan en la esperanza, en una de esas que matan.

Esperar que lo bueno ocurra es sano y natural, pero también nos toca aceptar que un manzano no dará zanahorias. Que un depredador no cambiará su esencia, que no puede modificar su necesidad de dominar, someter, ejercer el control o el poder. Para eso, él usará toda clase de manipulaciones, chantajes, engaños, y sembrará la sensación de culpa, insuficiencia, necesidad y dependencia en su víctima. Una relación entre dos personas tan distintas es todo menos amor.

Salir de una relación así es un proceso doloroso y necesario; lo mejor es aprender a reconocer, a escapar y a no creer en las bocas de miel.

Estamos tan ansiosos por cubrir carencias afectivas, por creernos ser personajes de cuentos de hadas, por ser quien sí logró un “felices por siempre”, o por creernos amados, que el depredador lo olfatea, nos acecha, atrapa, usa y desecha.

Duele ver cuantas personas agradables, valientes, generosas, capaces de conectar con un amor sano, están atrapadas en las garras de un depredador que, aunque no grita, sí manipula y devasta el alma de su amada. Innovemos algo ¡Ya!


Terapeuta psicoemocional


Innovemosalgoya@gmail.com