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La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

¡Lázaro, quiero ayudarte! (Lc 16,19-31)


Domingo 25 de Septiembre de 2022 8:04 am


JESÚS vuelve a advertirnos hoy sobre la necesidad urgente de hacer buen uso de la riqueza si queremos salvarnos, y nos narra la parábola de aquel hombre rico que no hacía más que amasar el dinero; banqueteaba y se daba la gran vida. Y nos habla Jesús del pordiosero Lázaro, tirado a la puerta de la casa de aquel rico, cubierto de llagas, y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del acaudalado, pero nadie se las daba. Murió el hombre rico y también el pobre.

Cuando Lázaro muere, es conducido “al seno de Abraham”, es decir, tiene un lugar de honor en el banquete del Reino de Dios. El rico, en cambio, está en medio de tormentos y clama suplicante que venga Lázaro y le refresque la lengua con la punta del dedo mojado en agua.

Observamos que aquel hombre rico no es acusado de haber robado a Lázaro, no lo maltrató, no lo explotó. Tampoco se dice que se negara a darle limosna, simplemente no lo vio, lo ignoró. Una vida de placeres egoístas nos separa de Dios y del pobre, y no nos deja ver que estamos preparándonos un porvenir terrible de condenación.

La historia humana no termina en el tiempo presente. Sigue la eternidad del cielo que se prepara aquí en la vida, colaborando en los planes salvíficos de Dios, construyendo en el mundo la fraternidad y la paz, dando preferencia inmediata a las necesidades urgentes de los marginados.

Compartir los bienes es un deber no solo de individuos, sino de los grandes poderes nacionales e internacionales para organizar un sistema económico en que no se den las diferencias injustas que estamos viviendo.

El cristianismo no se opone al desarrollo de los pueblos, ni al enriquecimiento legítimo de los hombres. Cristo ama a todos los hombres, sin excepción. Por todos muere y por todos resucita. Su predilección por los pobres no excluye su amor total también para los ricos. Y porque los ama sin medida, les advierte muy seriamente los graves peligros de la riqueza que no se comparte.

Hay que volver a las fuentes de nuestra fe para entender que Dios nos sigue pidiendo a todos que nos comprometamos, según nuestras posibilidades, a favor de los pobres. Porque ignorar a los desamparados, no auxiliarlos, y por lo contrario, apegarnos al dinero, nos convierte en adoradores del becerro de oro, renunciando a la felicidad en Dios.

Amigo@: La palabra de Dios nos llega con toda la fuerza de lo urgente y lo inmediato. Pidamos a Cristo Jesús en la Eucaristía que nos abre los ojos del corazón para que obedezcamos su palabra y seamos instrumentos activos de la instauración del Reino de Dios y su justicia.