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Te llamaré Viernes



AVELINO GÓMEZ


Viernes 21 de Octubre de 2022 7:47 am


AQUEL episodio, donde Robinson Crusoe argumenta las razones para llamarle Viernes al nativo que salvó de los caníbales, debería explicarlo todo. Robinson es el hombre —náufrago como todos— que empieza a darle nuevo uso a las palabras y a llamar las cosas por cuanto le significan. 

“Te llamaré Viernes, porque ese día te salvé la vida”, dijo Crusoe, y la palabra viernes dejó de ser un día de la semana para encarnarse en una persona a la que se tiene afecto. Quizá el Crusoe de Daniel Defoe sabía que, al salvar a Viernes, se salvaría él mismo del silencio y la indolencia.

Las palabras no son fáciles. En algo se parecen al impredecible y veleidoso mar. A veces son grises y otras cálidas; cuando se juntan y combinan de forma exacta pueden causar efectos tan devastadores como una gran ola, o situaciones apacibles como el vuelo de un ave contra el horizonte marítimo. Santa Teresa dice que la fuerza de las palabras mueve a los actos y nos prepara a la ternura. Eso es algo que nuestros políticos, funcionarios y gobernantes deberían saber.

Antes de lanzar discursos y promesas, o soltar nangueras a tontas y a locas —o a tontos y locos—, deberían saber a dónde los llevarán sus peroratas. 

Por otro lado, los actos que implican ternura son necesarios. En todos es necesario. La ternura misma, por sí sola, es necesaria. Por eso en las campañas vemos a los políticos —caníbales siempre— acercándose a la ternura de los niños y de los ancianos, tratando de rodearse de aquello que ellos no poseen.

Pero no quiero hablar de políticos. En estos momentos, en estos días de violencia y caos, todo lo que se dice y escribe es un riesgo. Y hay que asumirlo. Vine hasta aquí, a este punto del texto, a cuidar las pocas olas que me pertenecen. A reorganizar un tanto las palabras. Y ese episodio del Robinson, de Defoe, debería explicarlo todo. Yo también me llamaré Robinson, pero también me llamaré Viernes. Y disculpe que me cambie de nombre, pero solo es para intentar mover las palabras a los actos. Y que los actos muevan a la ternura. No a la mía, sino a la de otros.