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Lo impreso



JESÚS ADÍN VALENCIA

Una simple abeja


Sábado 27 de Mayo de 2023 11:34 am


ACERCA de una simple abeja, mi colaboración del día, sobre advertencia no hay engaño. Hay tantos temas torales en el radar político, el contexto social, lo cotidiano en el estado, el país y el mundo, basta sentarse frente a la computadora y el cursor teje sus propios caracteres, según fluya una u otra idea.

Usted encuentra en los medios de comunicación: narcoviolencia y apología musical, como un fenómeno de impacto en la juventud; elecciones en Coahuila y el Estado de México, ocasión para estrenar la nueva figura del INE; el presidente non grato en Perú y lo mucho que le preocupa; vaya error afortunado en Morelos, con un maestro de ceremonias, llamó “con hambre” a la Conade. 

Me puse frente al ordenador, era de noche, dispuesto a iniciar y terminar mi artículo en ese rato pero una abeja, una simple abeja desorientada golpeó mi pantalla, cayó al teclado, agitó sus alas sin volar, de la barra espaciadora pasó a la M, de allí a la K, la O, el 0, el F9 y se perdió detrás, donde tengo apilados varios libros.

No dispongo de escritorio, reutilizo dos entrepaños gruesos encima de huacales o rejas de madera color pastel, para poner equipo de cómputo, estéreo y muchos libros, torres de libros o dispuestos en el orden acostumbrado, con el lomo frente a mí. También objetos y juguetes que ya no usan mis hijos; entre esas cosas se perdió la abeja, una abeja de por sí perdida. Amanecería muerta. Mi deber era salvarla por una justa razón.            

Moví de inmediato lo primero que pude, dispuesto a la exploración, búsqueda y rescate del ser vivo. La escritura de un artículo político pasó a segundo plano. Mi determinación fue tal, que sentí la necesidad de música para mi hazaña, ponerle banda sonora o soundtrack al instante: “El vuelo del abejorro”, de Kórzakov, seguida en automático según el algoritmo de youtube, por el tema de “El avispón verde”, la serie donde Bruce Lee salía de Kato.

Entre los libros que a rato me detuve a hojear, encontré Rayuela. Busqué el episodio de Oliveira, obsesionado con el terrón de azúcar debajo de la mesa, porque de no encontrarlo, algo malo, muy malo, una desgracia siempre ocurre con los objetos caídos que uno no recoge o da por perdidos; “algo muy grave va a suceder en este pueblo”, vaticinó Gabriel García Márquez, donde la catástrofe anunciada por una persona es generada por la misma. Pero ¿cómo es posible que tan rápido haya desparecido la abeja de mi vista?

Un día antes, mi madre compró dos litros de miel. El señor Ramón, apicultor, le dijo:

“(…) Ya pronto, señora, dentro de unos cinco o diez años, no habrá abejas, y nosotros vamos a dejar de existir. Donde tiene mi hermano las cajas hay muchos sembradíos, hectáreas de frutos que exportan fuera del país, y qué bueno por los productores, pero combaten las plagas, entre ellas, una mosquita japonesa de la flor, que también mata a las abejas; a lo mejor estos dos litros de miel son mis últimos, señora”.

Eso recordaba, cuando por fin la encontré. Liberada, ojalá haya sobrevivido la noche, la faena del siguiente día.