De Ayer y de Ahora

ROGELIO PORTILLO CEBALLOS
Envidia I/II
Domingo 04 de Junio de 2023 7:03 am
INICIARÉ con una fábula: había una vez un sapo con un abultado
vientre que vivía en una charca. En un anochecer, mientras croaba vio
resplandecer a una luciérnaga. Sintió de repente que ningún ser tenía derecho
de lucir cualidades que él nunca podría tener. Disgustado y molesto por
su propia impotencia, saltó y cubrió la luciérnaga con su desmesurado vientre.
La inocente luciérnaga todavía pudo preguntarle: ¿Por qué me tapas? Y el sapo,
congestionado por la envidia, sólo acertó a interrogar a su vez: ¿Por qué
brillas? La envidia es aquel
sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer
uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase
de cosas. El diccionario de la Real Academia la ha definido como tristeza o
pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee. Entre las pasiones
más infames, ninguna aventaja a la envidia. En la historia han existido seres
que se han jactado de vicios deshonrosos y viles pero ninguno ha aceptado jamás
ser un envidioso, ya que reconocer la propia envidia es lo mismo que declararse
inferior al envidiado. El que envidia se rebaja
sin saberlo, se confiesa subalterno. No basta ser inferior para envidiar, pues
todo ser humano lo es de alguien en algún sentido; para ser envidioso es
necesario sufrir del bien ajeno, de la dicha ajena, de cualquier logro o
culminación ajena. El progreso, la dicha, el logro, el talento, la belleza, la
felicidad, son cuestiones que el o la envidiosa no soportan en aquellos que
envidian. ¿Cómo entender que alguien esté triste porque a otro le vaya bien?
¿Cómo explicar la psicología de aquel o aquella que siente desdicha o dolor
porque otro progrese, tenga más bienes o logre mejor educación? El hipócrita oculta sus
intenciones, enmascara sus sentimientos, esquiva la responsabilidad de sus
acciones, es audaz en la traición y tímido en la lealtad. El envidioso e hipócrita conspira y agrede en
la sombra, alaba con veneno encubierto, simula las aptitudes y cualidades que
considera ventajosas. Aparece como hombre respetado mientras no se le descubra
bajo el disfraz. Muchas veces triunfa sobre los sinceros. El hipócrita está
constreñido a guardar las apariencias; aborrece la sinceridad y no aspira a ser
virtuoso sino a parecerlo. Hay que estar atentos y
descubrir dónde hay un envidioso o envidiosa. El envidioso nunca sabe reír con
risa inteligente y sana. Su mueca es falsa. Cualquier suceso feliz del
envidiado le aflige, como si le atizara su malestar. La envidia se confunde con
el odio y hay quien dice que nace de él. Y cuando se juntan odio y envidia se
vuelven más fuertes como enfermedades que se complican. Una y otro sufren del
bien y gustan del mal ajeno. Se odia lo que se cree malo o nocivo; en cambio
toda prosperidad, bienestar o dicha excita la envidia. La envidia, siempre es
injusta, pues la prosperidad no daña a nadie.
El destino suele agrupar
a los envidiosos, en camarillas o en corrillos, uniéndolos la causa común de
sufrimiento por la dicha ajena. Ahí desahogan su pena íntima difamando a los
envidiados. El aspecto más envidiado en la mujer es la belleza, y en el hombre,
son el talento y la fortuna. En ambos, la posición, los ingresos, la fama y la
gloria. Se afirma que la envidia femenina suele ser refinada, murmuradora y
perversa; la mujer envidiosa da su arañazo con fingida discreción y uña bien
afilada; la maledicencia le parece escasa en un despecho. La que ha nacido
bella tiene asegurado el culto de la envidia.