De plastilina

MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA
Domingo 04 de Junio de 2023 7:02 am
A veces la vida nos regala la oportunidad de poder mirar la
dulzura que guarda la ternura en la inocencia de un niño, pocos son todos los
calificativos agradables para poder describir la eterna grandeza de esa mirada
brillante que un pequeño nos da sin pedir nada a cambio. Es por eso que, al
escuchar las voces que exclamamos los adultos con dolor y confusión al no
alcanzar a comprender el porqué de niño tantas cosas dolieron, mi corazón
conecta en respeto y compasión; es cuando me rindo, sin juicio y con mucho amor
ante el destino difícil de cada persona que, para crecer, ha sacrificado un
poco de inocencia; ha pagado el precio para sobrevivir, un poco de su ternura y
mucha de su capacidad de confianza plena. El
corazón de un niño es de plastilina y aunque parezca que se recupera de un día
para otro, pudiendo estar fresco, sonriente y jugando, con el corazón no pasa
lo mismo. Cada dolor, aunque normalizado, deja un hueco en el infante; cada vez
que tocamos el corazón de un niño, queda una marca que con el tiempo se va
haciendo rígida y se convierte en lágrimas amargas cuando normalizamos el dolor
y lo interiorizamos como realidad de amor. Hay
de lágrimas a lágrimas: nos permiten alcanzar una renovación química,
emocional, mental, psicológica, además de la refrescante capacidad para
suspirar y sanar, pero otras salan, queman, enferman. Los adultos de hoy,
independientemente de si fuimos niños con el corazón resguardado o no, y a
pesar de que lo que tengamos por corazón sea algo parecido a un queso Gruyere,
nos toca ser capaces de aceptarlo, de acercarnos a ese dolor y resignificar,
ahora ya, desde la mirada del adulto que somos hoy, para ser capaces de poder
cuidar confiada y estructuradamente a los pequeños, para que las marcas de su
corazón no sean de dolor y sí de experiencias que los traslade a ser individuos
congruentes, sanos y amorosos. Hay
muchas voces internas que se preguntan la razón de la sinrazón: por qué no lo
querían de niño, por qué lo maltrataron, por qué no le permitieron saberse
suficiente. Es tal la confusión que es complicado alcanzar a ver la conexión de
su infancia con sus relaciones tóxicas y con la violencia relacional, ya sean
en el lado de la víctima o del lado del verdugo, lo cierto es que, en el fondo,
solo son niños quebrados. Cuando
esa plastilina tiene penas de más, es complicado dar el paso y aprender a vivir
de forma óptima. La mejor manera para restaurar es darnos a nosotros mismos la
ayuda en un proceso terapéutico, para ir aprendiendo de esos huecos y renovar
un poco de dolor, para convertirlo en un ayer que ya no cala ni estorba; y
poder conectar con relaciones sanas, empezando por la que tenemos con nosotros
mismo. Si
podemos aceptar el por qué nos quedamos en una relación que lastima, sin creer
que es por debilidad, si podemos aceptar que así crecimos y que no se vale
seguirnos castigando, saldremos del círculo repetitivo; ese que, sin principio
ni final, alguien tiene que cambiar. Sí tú decides detener el patrón de dolor,
entonces eres un valiente y no un débil. Innovemos algo ¡Ya! *Psicoterapeuta
innovemosalgoya@gmail.com