INNOVEMOS ALGO ¡YA!
MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA
Cala hasta los huesos
Viernes 12 de Abril de 2024 8:39 am
Pocas heridas son tan profundas como las experiencias
adversas de la infancia y de todos los traumas a los que un pequeño puede estar
expuesto. Hay uno que se calla más de lo que creemos y, aunque creemos que
callando desaparece, el abuso sexual a infantes regularmente ocurre dentro de
casa. ¡Sí! Esas vilezas las cometen personas cercanas a lo que
debería ser el refugio seguro; en casa vive el monstruo, y como es demasiado el
dolor de esta realidad, las personas, tendemos a negarlo, a no creerlo y a
pensar que si no lo hablamos se irá al cesto de la basura y se perderá en ese
silencio que termina por ser cómplice más que defensa. Estos abusos impactan a los inocentes a tal grado que el
desarrollo de su cerebro se modifica; su manera de entender la vida cambia,
viven en el secreto y de adultos enferman, no se relacionan sanamente y viven
un silencioso tormento. El abuso no se va nunca y eso puede y debe cambiar. Para un pequeño, el impacto de ser expuesto a la lascivia
de un depredador es su mayor catástrofe. Si las películas sobre la trata de
niños te aterran, con justa razón este tema se niega, pero no podemos minimizar
ningún evento, porque no se necesita que sea una violación tacita; hay personas
que al cargar sobre su regazo a un bebé lo frotan contra su cuerpo para
excitarse, hay adultos que rozan sutilmente sus mano o acarician más allá de lo
afectivo, buscando su placer torcido y eso también se llama abuso. Hay quienes se meten a hurtadillas a la cama de la niña o a
la regadera con el niño, irrumpen en su cuerpo y aterran su mente; hay quienes
cultivan la confianza tejida con el miedo y hacen creer a sus víctimas que
ellos lo han provocado y que el mundo los castigará o le dejará de amar. Hay muchas formas de abusar y una sola maldad. Lo que yo
quisiera es que nadie tema pedir ayuda para resolver sus pesadillas, dudas y
miedos; que a nadie lo callen ni desprestigien para enmudecer su denuncia ni
para ocultar la mancilla acallada. Quiero que sepas que hoy, ya siendo adulto, eso ya no está
ocurriendo y es posible dejar de llorar por dentro. Con terapia podemos desatar
esos mil y un nudos que aquella mano enorme ató a la identidad perdida, la
disociación de la realidad y la confusión de la valía personal; las alas antes
impedidas merecen volar y demostrar que, aunque cala hasta los huesos, hoy es
tiempo para que innovemos algo ¡Ya!