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LA PALABRA DEL DOMINGO



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

El camino de Emaús (Lc. 24, 35-48)


Domingo 14 de Abril de 2024 9:16 am


EL Evangelio de este domingo nos presenta la hermosa narración de los discípulos de Emaús, dos seguidores de Jesús que regresaban de Jerusalén decepcionados y frustrados por su asesinato. 

Él se les aparece en el camino pero no lo reconocen, y les explica las escrituras hasta que finalmente lo reconocen.

Lo interesante es que esta historia se parece un poco a nuestra vida. Con frecuencia recorremos los caminos de nuestra existencia con un ánimo decaído, como frustrados o decepcionados, como si nuestra fe no tuviera la capacidad de sostener nuestro esfuerzo por amar sin medida, como si nuestra fe fuera algo que se nos quedó pegado en algún momento y lo llevamos arrastrando sin saber realmente qué tenga que ver con nuestra vida. En esta situación nos encontramos con Jesús, al cual naturalmente no reconocemos porque nuestra fe no tiene los ojos lo suficientemente abiertos como para verlo y saber que es Él.

Con paciencia infinita, Él abre los ojos primero de nuestro corazón, el cual empieza sentir el calor de su amor y comienza a encenderse. Después, nos abre los ojos de la mente para ir entendiendo lo que significa en nuestras vidas y las implicaciones y consecuencias de esto; en este momento nuestro corazón ya empieza a arder. Cuando abrimos los ojos y lo descubrimos en el hermano necesitado, el despojado, el enfermo, el anciano, el drogadicto, la madre soltera y la prostituta, y nos comprometemos en remediar esa situación, estamos listos para reconocerlo también en la Eucaristía, porque es el momento en que nuestra fe es activa, comprometida, hermosa y ardiente, es decir, una fe viva y liberadora.

Si nuestro encuentro eucarístico con Él no despierta la misma reacción que tuvieron los discípulos de Emaús de salir corriendo a dar testimonio del maravilloso encuentro, y si nuestra comunión en misa no hace arder nuestros corazones, no lo hemos reconocido y, aunque sepamos que en la hostia está Jesús, será conocimiento frío que no da vida.

Así como los discípulos de Emaús le pidieron a Jesús que se quedara con ellos en la noche, así también nosotros podemos pedirle que se quede con nosotros en la noche de nuestro miedo, tibieza y las tinieblas de nuestra pereza y vicios. Debemos pedirle que no nos deje en la oscuridad de nuestros problemas, pues nuestra fe aún es débil, frágil.

Amigo, amiga: Hay que pedir a Jesús que se quede con nosotros, mande su Espíritu Santo y encienda nuestro corazón, que avive la llama de nuestra fe para que la vida deje de ser tibia, y nos convierta en sus colaboradores para la transformación del mundo, empezando por Colima.