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Historia y literatura



MAYRA VÁZQUEZ LAUREANO


Domingo 21 de Abril de 2024 9:58 am


I/II

SUCESOS relevantes a través de la historia marcan la pauta para el inicio de movimientos literarios, dando como resultado obras que se convierten en parte del canon de la literatura. Un gran ejemplo de ello es Los de abajo, novela revolucionaria escrita por el escritor jalisciense Mariano Azuela, donde la influencia de ciertos elementos simbólicos abre un extenso panorama de características ocultas en su entorno, donde se esconden conceptos que amplían el contexto en el cual se desarrolla y que brindan una nueva perspectiva de representación de la realidad en la novela. La novela Los de abajo fue publicada en 1915 por entregas en el periódico El Paso del Norte, contando con el subtítulo “cuadros y escenas de la revolución actual”, y en 1916 se publicó como un libro oficial. Fue poco conocida hasta 1925, cuando ganó popularidad tras ser reeditada en el periódico El Universal Ilustrado. Es una de las novelas de la revolución más leídas, con un característico corte naturalista por el cual se cataloga como un retrato vivo de la situación de la Revolución Mexicana. Su edición de bolsillo consiguió un millón de ejemplares editados en 1983, y la novela fue adaptada al cine en 1940, dirigida por Santiago Urueta. Los de abajo narra los combates en los que participa un grupo de campesinos con Demetrio Macías como líder. Este personaje entra al campo de batalla tras una disputa con un cacique, quien advierte a los federales sobre el falso levantamiento por parte de Demetrio. Después de un enfrentamiento, al grupo de Macías se une Luis Cervantes por creer tener los mismos ideales, quien curiosamente mantiene una similitud latente con el escritor, pues al igual que Azuela, es periodista y desertor del bando enemigo, además de partir al extranjero durante el periodo de lucha. Cuando el protagonista es herido de un costado y llevado con un grupo de mujeres que se encargan de su cuidado, aparece Camila, cuya presencia logra captar la atención del cabecilla Demetrio Macías. A lo largo de la historia, se muestra que ella está enamorada de Luis Cervantes, recibiendo indiferencia hasta que él la entrega a Demetrio. Tras varias victorias consecutivas por parte del grupo de campesinos, la idea de vengarse del caci- que vuelve a su mente, y queman su casa antes de huir. La lucha interminable obliga a Cervantes a partir hacia EUA, mientras el grupo comandado por Macías se entera de la derrota de Villa ante Carranza y deben volver a una condición más deplorable que la anterior. El primer elemento icónico que se puede observar al inicio de la historia lo contienen las primeras líneas: “Te digo que no es un animal… Oye cómo ladra el Palomo… Debe ser algún cristiano”. En algunas culturas, el perro se encuentra asociado al psicopompo, es decir, es un guía que conduce las almas de los difuntos a su lugar de descanso. Momentos después se nos es revelado el destino del animal, y es cuando la trama inicia: “De pronto se oyó un disparo, el perro lanzó un gemido sordo y no ladró más”. Demetrio Macías, nuestro protagonista, es descrito por primera vez en la casa, en compañía de una mujer y un niño, al cual podemos tomar como el resguardo de un futuro que se anheló durante el periodo de lucha. La casa no es propiamente descrita; sin embargo, si imaginamos el contexto en el que se encuentra, tomando en consideración que se localiza en un rancho llamado Limón, podemos deducir que la vivienda es pequeña y modesta. Si pensamos en él como la viva representación de los participantes revolucionarios, sin individualizarlo, resulta una verdadera percepción del campesino en 1910. Los integrantes de la lucha armada olvidaron sus diferencias y se unificaron, constituyendo un gran porcentaje en parte activa del enfrentamiento contra Porfirio Díaz. Nuestro autor estuvo en contacto constantemente con quienes sentían en carne propia las injusticias, como un cuchillo que los destazaba en todos los sentidos. El cúmulo de sentimientos que se desencadenaba a consecuencia de las laceraciones provocadas por el atropello, era un espacio sin nombre dentro del hombre que no tenía cabida para mostrarse, pese a la situación. Sin embargo, Azuela fue capaz de moldear en representaciones y símbolos cuidadosos el resquicio de la sensibilidad que, al igual que tantos implicados en la lucha, había muerto.