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LA PALABRA DEL DOMINGO



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

¡Racimos de uvas para compartir! (Jn 15, 1-8)


Domingo 28 de Abril de 2024 8:06 am


CRISTO ha resucitado y nosotros con Él. Está vivo y su vida se derrama sobre todos los hombres para que demos frutos de vida eterna.

Jesús nos dice en este domingo de Pascua: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese dará frutos abundantes”.

Esta hermosa metáfora de la vid y los sarmientos nos ayuda a entender la hondura del mensaje de Cristo. Jesús resucitado es el tronco fértil de la vid y nosotros somos los sarmientos que, unidos a él, recibimos la savia fecunda que se transforma en racimos de uvas. Esta comparación nos explica cómo, por gracia de Dios, nos integramos a la vida misma de Cristo.

Celebrar la Pascua no sólo es alegrarnos del triunfo de Cristo, sino incorporarnos a su nueva vida de gracia. Estar unidos a Él como la rama florida y fecunda de la vid nos exige dar frutos para Dios Padre y para aquellos a quienes Dios ama, es decir, a todos los hombres.

La madurez de la fe nos debe conducir a distinguir la uva auténtica, debemos distinguir la falsa piedad que no conoce más que prácticas sin vida interior. Es necesario vivir en gracia, consciente y creciente, luchando por realizarnos como humanos y como cristianos, haciendo vida nuestros deberes de piedad, estudio y acción.

El fruto más rico de la vida en gracia es el amor, no sólo vertical hacia Dios, sino también horizontal hacia el prójimo. Integrarnos con Cristo es integrarnos con nuestros semejantes. Estar unidos a Cristo tiene exigencias que no se pueden suplantar con prácticas piadosas rutinarias. El cristianismo es vida y hay que vivirla y compartirla con los hermanos, especialmente con los más necesitados.

Vivir unidos a Cristo, como el sarmiento a la vid, exige soportar podas y purificaciones. Cuesta mucho el dominio de las bajas pasiones, pero todo se puede con la gracia de Dios. Ser sarmientos en la vid no nos servirá para lograr triunfos egoístas ni para encontrar la falsa comodidad y seguridad de los instalados, sino para tomar nuevas responsabilidades, compromisos, renunciamientos y, aún más, la muerte.

Todo esto en comunidad. La salvación de Cristo es para todos los hombres y hay que partirnos el alma para construir el nuevo pueblo de Dios. No te vas a salvar como una uvita aislada, consentida; nos vamos a salvar en racimos, llevando consigo a cuantos Dios puso en nuestro camino.

Jesús estará siempre con nosotros en la Eucaristía. Su cuerpo y sangre nos vitalizarán para que, con su gracia, podamos dar frutos de vida eterna.