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APUNTES



MARIO CÁRDENAS DELGADO (ACPE)

Juárez, paradigma de servidor público


Viernes 19 de Julio de 2024 8:10 am


El aniversario número 152 de la muerte del presidente Benito Pablo Juárez García fue motivo para que políticos y funcionarios públicos hicieran guardias de honor ante las estatuas del Benemérito de América, y los oradores destacaran algunos aspectos del ideario, la vida y obra del prócer oaxaqueño, más por decirlo para estar a tono con la conmemoración, que en muchos por realmente sentirlo, y menos practicarlo.

Son pocos los funcionarios que observan los valores que le caracterizaron, como austeridad republicana, honestidad a toda prueba, congruencia, patriotismo, espíritu liberal y corrección en su vida pública y privada, entre otros. Muchos aprovechan el cargo para vivir en palacios, y al amparo del poder trafican con influencias y hacen negocios ilícitos que les permiten enriquecerse escandalosamente junto con familiares, amigos y cómplices. Usted ya sabe quiénes son.

No tiene caso referirnos más a estos pillos, mejor es que evoquemos a Benito Pablo, símbolo del liberalismo, que murió en Palacio Nacional el 18 de julio de 1872 y, de acuerdo con lo que consigna el profesor Manuel Arellano Zavaleta en su libro Agonía y muerte de Juárez, así ocurrieron los hechos:

“Casi a las 11 de la noche, el señor Juárez llamó a su fiel sirviente, Camilo Hernández, indígena zapoteco de la sierra de Ixtlán, el hombre que lo había cuidado durante gran parte de su vida, y le pidió que con fuerza le oprimiera el tórax con las manos. El fiel Camilo solícito cumplió las indicaciones y con lágrimas en sus ojos se apoyó en el pecho del enfermo.

A las 11 con 25 minutos, el presidente, ya muy agotado, hizo un esfuerzo, se recostó sobre su lado izquierdo, colocó su mano bajo la cabeza, cerró los ojos y se quedó inmóvil. Eran los últimos momentos de su vida, la agonía inundaba todo su ser. Estaba en el umbral de su muerte. Su hijo Benito se acercó a su lecho y depositó un beso en la frente de su padre.

“Mi padre abrió los ojos, que había tenido cerrados, me dirigió la última tierna mirada, y aquellos párpados se cerraron para siempre. A las 11:30 de la noche falleció. En su rostro quedó esbozada una sonrisa. El doctor Ignacio Alvarado, con voz emocionada y los labios temblorosos, exclamó: ¡Acabó!”.

Como lo afirma el profesor Arellano, Don Benito Juárez soportó con entereza los terribles dolores provocados por la angina de pecho que finalmente le arrancó la vida. Él vivió y murió con la dignidad y el valor que poseen los seres humanos verdaderamente grandes, como grande fue él en su deseo de superación, voluntad de servir, honestidad, amor a la patria, defensa de la soberanía nacional y su espíritu liberal. Fue, en suma un paradigma de político y servidor público.

 

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