Cargando



Máquina de escribir



CARLOS ALBERTO PÉREZ AGUILAR


Martes 23 de Julio de 2024 8:07 am


Una de mis habilidades, de las pocas que puedo presumir, es escribir muy rápido en el teclado. He notado personas que cuando lo hago se quedan observando para ver cómo tejo palabras, y transcripciones en tiempo real, a veces mucho más rápido que la velocidad de palabra de los oradores.

Desde la primaria aprendí, a manera de juego, a escribir en una Olivetti 82 del año 1960 que era de mi padre. Una máquina muy pesada que hacía de pisapapeles importantes, de gran firmeza, de hierro, que necesitaba remates fuertes para marcar las tipografías y donde fallar la tecla podría representar un tallón hiriente en la piel de mis falanges.

Me obsesioné con el olor a tinta de las cintas y rodillos, el sonido agudo y punzante de cada tecla o el engranado de las palancas. Si usted tuvo una máquina de escribir, coincidirá que “A” y “a” no suenan igual, y que cada una de las letras se escuchan diferentes; siendo así, por el sonido y el ritmo, y que podía reaccionar ante cualquier error porque llenar las hojas de corrector no era grato y equivocarse no podía borrarse con un “Ctrl Z”, como ocurre en la actualidad.

En la secundaria, tuve mi propia Olivetti de la línea “lettera”, regalo de mis padres para hacer mis prácticas de química y para ingresar al taller de taquimecanografía, del cual deserté porque había muchas reglas y la maestra era muy estricta, además que la agilidad para redactar ya la tenía, aprendida a mi manera.

Me alegro de haber ingresado a los talleres de cocina, electrónica, belleza (por “castigo” de mi prefecto) y terminar, finalmente, en computación, porque al año y medio siguiente mi primera máquina portátil la cambiamos por una eléctrica de marca Brother, que tenía las posibilidades de corrección, saltos automáticos de líneas y un teclado infinitamente más suave.

Su paso fue breve; apenas la usé un año porque terminó asignada para hacer recibos en la refaccionaria de mi papá; en 1999 llegó mi primera PC armada a casa, y con ella una nueva historia que dejó atrás los recursos mecánicos, para dar paso a la impresión, primero, en matriz de punto, y más tarde, con costosos cartuchos de impresión.

Ha pasado pronto el tiempo y con ello la revolución tecnológica, abriendo múltiples posibilidades, pero nunca borrando el recuerdo, cada vez que escribo, de una época mecánica donde todo nos representaba más destreza y un esfuerzo mayor.