Cargando



CRUDO Y SIN SAL



MANUEL AGUSTÍN TRUJILLO GUTIÉRREZ

Me dicen veneno...


Miércoles 04 de Septiembre de 2024 8:45 am


Veneno, así me había apodado un grupo de jóvenes de la vida pública por aquellos tiempos en los que dirigía el extinto Ecos de la Costa; según porque mis críticas era mordaces y lapidarias contra aquellos que su infamia les hacía merecedores de las mismas. Quizá sí, quizá mis letras sabían a veneno a aquellos que, como chefs inexpertos, no podían extraer de forma limpia la proteína del pez globo sin pudrir la carne. Porque en la misma maraña de vocales y consonantes estaba implícito el antídoto en forma de ideas; ideas que, si bien, pudieran ser tildadas de tóxicas por algunas personas, para otras eran puertas a nuevas percepciones.

Al cerrar la puerta de la oficina del “Director”, cerré también la llave de tinta corriente, pero puse alas a mis palabras. Cambié los surcos por los ecos. Y desde entonces mis palabras se volvieron pasajeras más no efímeras. Empero, todo lo que vive busca de manera intrínseca su trascendencia, por lo que mis ideas me demandaron la permanencia e inmortalidad que sólo la tinta y papel son capaces de otorgar. Por eso vuelvo a la calidez que brinda un pliego de papel periódico para sobrevivir a la gélida experiencia del invierno intelectual que reciente las ausencias de la crítica, autocrítica, debate, dialéctica, autenticidad y libertad.

Dejaré aquí, mientras así se me permita, ideas que si bien por mi mano son esgrimidas, permanecen huérfanas hasta ser leídas y encontrar madres y padres en las mentes de quienes las acojan. Porque para eso son las ideas e ideologías, para estar al servicio de las personas, y no como se nos ha pretendido hacer creer erróneamente en estos tiempos posmodernos, en los que se pretende poner a las personas al servicio de las ideologías. Porque si una ideología no sirve para el buen vivir, y por el contrario busca hacernos vivir a su servicio, entonces no es libertadora, sino opresora; no es democracia, sino demagogia; no es solución, sino trampa.

Mi fragilidad moral transitoria me demanda estar aquí, en este espacio, crudo y sin sal, para hacer lo que considero correcto: traer a vos el veneno que, en pequeñas dosis semanales de 2 mil 500 caracteres, será antídoto a la pereza intelectual y la cómoda irrealidad de dejarse llevar por la corriente mayoritaria, que no necesariamente tiene razón, sólo son más. Pido a usted, con humildad, permita a mis letras alojarse en su mente, porque como dijo aquel legendario libro: “Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender”.