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MALAS COMPAÑÍAS



MARIO ALBERTO SOLÍS ESPINOSA

Después de la reforma


Viernes 13 de Septiembre de 2024 8:56 am


Al margen de los catastrofismos, el drama y los malos augurios, el país sigue de pie y millones de mexicanos continúan con su vida perfectamente normal. La aprobación de la reforma judicial no alteró el curso de la cotidianidad y muy probablemente no lo hará, para bien o para mal.

Más allá de los episodios indignos de unos y otros en los espacios legislativos nacionales y locales, la enmienda constitucional que promueve la elección popular de ministros, magistrados y jueces fue aprobada en los términos que había propuesto el régimen lopezobradorista desde antes de la campaña electoral.

Justo ahí se encuentra una de las claves de este tema. La reforma al Poder Judicial fue planteada por el presidente Andrés Manuel López Obrador desde el 5 de febrero, junto con otro paquete de 19 reformas que se discutirán y seguramente aprobarán en las próximas semanas.

Más de 36 millones de mexicanos respaldaron las modificaciones legales con su voto a favor del bloque oficialista y su candidata Claudia Sheinbaum; por lo tanto, es correcto decir que la enmienda constitucional en materia judicial tuvo el aval social en las urnas. El 2 de junio funcionó como una consulta popular.

La viabilidad y eficacia de las nuevas disposiciones, sobre todo del voto popular para la elección de juzgadores, está por verse, aunque difícilmente podría configurarse un escenario peor que el actual, con una justicia corrompida, selectiva e inaccesible para los sectores más amplios de la población.

En un país agraviado ad nauseam por desigualdades promovidas durante décadas desde el binomio partidista PRI-PAN y poderes fácticos encarnados en empresarios, medios de comunicación y organizaciones “civiles”, cualquier esfuerzo de transformación es plausible y hasta esperanzador.

Por eso resulta cuestionable e insultante que haya quienes lanzan, desde la frustración, el odio y el resentimiento, frases tales como que la democracia ha muerto, nos acercamos a la dictadura, ya no existe independencia en México y otros ingenuos o dolosos exabruptos.

Tal parece que esas voces estridentes olvidaron o quisieran hacerlo, el 2 de octubre de 1968, el 10 de junio de 1971, la guerra sucia de 1970, el Fobaproa, Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa, las reformas peñanietistas y tantos otros episodios ignominiosos que, esos sí, ofendieron a millones de mexicanos y aún más, costaron la vida a muchos.

El disenso es válido, legítimo y hasta necesario, pero la manipulación y la mentira no abonan al debate. Ni vivimos en una dictadura ni tampoco la reforma judicial resolverá todos los males del sistema de justicia en nuestro país, pero era un primer paso necesario al que deberá seguir la revisión de los tribunales y fiscalías estatales.

Tampoco existe un golpe de estado, si acaso un manotazo sobre la mesa del poder presidencial que cimbra a las cúpulas económicas que manipularon a su antojo las decisiones en la Corte y los juzgados, siempre en detrimento de los más desfavorecidos.

La transformación institucional de México no debe parar con esta reforma; tendrán que venir en las próximas semanas las modificaciones en materia de seguridad, la electoral, la que garantiza el acceso a vivienda y los derechos indígenas. Eso fue lo que ofrecieron los morenistas y sus aliados, eso es lo que la mayoría de los ciudadanos determinó en las pasadas elecciones, a pesar de las resistencias y los presagios alarmistas.