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CRUDO Y SIN SAL



MANUEL AGUSTÍN TRUJILLO GUTIÉRREZ

Muerte y vida


Miércoles 30 de Octubre de 2024 8:48 am


 Decía atinadamente el filósofo argentino, José Pablo Feinmann, que el ser humano es un ser pequeño, finito, mortal, lleno de angustias, lleno de miedo, destructivo y autodestructivo, pero tiene la grandeza de saber que muere y seguir viviendo. Entre eso y muchas cosas más, reside la grandeza del ser humano, y esa magnificencia de albergar en cada cuerpo una muerte misteriosa y tener el potencial de vivir una vida maravillosa.

En la cosmogonía mexicana, la muerte juega un elemento central desde nuestras raíces prehispánicas, y el día de muertos, pasando por las famosas calaveritas, las catrinas, las ofrendas, los tlalchichis y xoloitzcuintles, el sincretismo religioso de las santa muerte, y la muerte cruda y sin sal, legado de la violencia y la enfermedad que adolece la sociedad mexicana. Dicen que el mexicano no le tiene miedo a la muerte, y habría que replantearlo, porque quizá es tanto el miedo que le tenemos, que por eso nos aferramos tanto a la vida; quizá en realidad solo la respetamos tanto, tanto, que hay quienes la elevan a grado de religión.

Pero nuestra cosmogonía se enfrenta al poder blando del “jalogüin”, que poco a poco gana adeptos y que desplaza las ofrendas por los sustos, los fieles difuntos por los monstruos, y los alebrijes por demonios. Entendible que pueda ser más atractivo para los niños la trampa de los dulces, que no solo es señuelo de noche de brujas, también cebo de pascua, sus huevos y conejos; sin embargo, no por eso debemos ser omisos, como adultos, de pasar a las nuevas generaciones lo nuestro, pues nada tiene qué envidiar el pan de muertos a una barra de chocolate.

Más allá de las guzgueras, presente en nuestras tradiciones del occidente mexicano está la celebración al legado de los que ya no están, a nuestros difuntos, a los que nos duelen, a los que honramos, a los que nos preceden; a aquellos cuyas vidas pasadas cimentaron el presente que vivimos y dan cause al futuro por vivir, porque origen es destino, y polvo somos y en polvo nos convertiremos.

Nadie quiere ser olvidado, quizá por eso nos fascina tanto la muerte, porque la muerte, en instancia última, es el olvido. Por eso, prohibido olvidar. Alentemos a recordar con la flor de canela, la flor de cempasúchil, una oración, una veladora o aunque sea un pensamiento, porque recordar al que se ha ido alimenta el alma y es elevar un suspiro en alas de colibrí, guiado por miles de mariposa monarcas; ni muerte ni olvido, sino legado de vida para toda la eternidad.