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EL CENTINELA DEL AUTISMO



VÍCTOR MANUEL VILLALOBOS CHÁVEZ

Empatía selectiva y empatía oscura


Viernes 14 de Marzo de 2025 9:01 am


VIVIMOS en una sociedad que se jacta de ser solidaria. Nos unimos ante desastres naturales, marchamos por causas justas y compartimos mensajes de apoyo en redes sociales con rapidez y convicción. Pero, ¿qué sucede cuando la causa que necesita nuestra empatía no es temporal ni mediática, sino cotidiana y constante? Ahí entra la empatía selectiva.

La empatía selectiva es esa capacidad de conmovernos solo cuando la causa es conveniente o visible. Nos resulta fácil empatizar con una tragedia que aparece en los titulares o con una campaña que nos conmueve por unos días. Pero cuando una persona con discapacidad necesita algo tan básico como respeto o acceso a un derecho, la empatía desaparece.

Un claro ejemplo de esta empatía selectiva ocurre con las personas con discapacidad. ¿Cuántas veces hemos visto cómo alguien sin discapacidad ocupa un cajón reservado porque “solo serán 5 minutos”? ¿Cuántas veces un conductor acelera para evitar que una persona con discapacidad suba al transporte público? ¿Cuántos negocios carecen de rampas o accesos adecuados y, ante una queja, la respuesta es: “no hay espacio para eso”? La discapacidad no es un problema de quienes la viven, es un problema de una sociedad que decide ignorarla.

Pero hay una forma de indiferencia aún más perversa: la empatía oscura. Esta actitud de falsa compasión esconde un cálculo frío detrás de una sonrisa o una frase condescendiente. Es cuando las decisiones sobre la vida de una persona con discapacidad se toman con base en su “funcionalidad” para la sociedad. La empatía oscura también se manifiesta en el discurso político. Cada temporada electoral, surgen promesas y buenas intenciones para garantizar la inclusión de las personas con discapacidad.

Hablan de accesibilidad, becas y programas de apoyo, pero todo queda en palabras. Es el clásico caso de “del dicho al hecho hay un gran trecho”. Pasan las campañas, llegan los votos, pero las rampas siguen sin construirse, los intérpretes de lenguaje de señas no aparecen en las oficinas públicas y las leyes de inclusión quedan archivadas bajo el polvo de la indiferencia institucional.

Es esa sonrisa forzada cuando un político abraza a una persona con discapacidad para la foto y olvida sus compromisos al terminar el evento. Es la palmada en la espalda acompañada de un “qué valiente” cuando una persona con discapacidad logra hacer algo que para cualquier otra persona sería cotidiano. La empatía oscura no busca inclusión ni respeto, busca aliviar la conciencia de quienes no están dispuestos a cambiar el sistema.

Hace poco escuché una frase que me dejó helado: “Ni modo, es lo que le tocó”. Esa indiferencia disfrazada de resignación es lo que perpetúa la violencia estructural hacia las personas con discapacidad. Es el reflejo de una sociedad que decide que algunas vidas valen más que otras.

No es que falte información. Sabemos qué hacer para garantizar la accesibilidad y la inclusión. Pero nos falta voluntad, porque la empatía hacia las personas con discapacidad no se traduce en likes o reconocimiento público. Es incómodo porque exige acción, transformación y renuncia a privilegios. Es más fácil mostrar empatía hacia una causa temporal que nos permite volver a la normalidad una vez que el problema desaparece. Pero la discapacidad no desaparece; las necesidades de las personas con discapacidad son diarias y urgentes.

No basta con campañas de sensibilización o mensajes inspiradores. Necesitamos cambiar desde las bases: construir infraestructuras accesibles, diseñar políticas públicas efectivas y educar para el respeto y la verdadera inclusión. Pero, sobre todo, necesitamos dejar de lado la empatía selectiva y enfrentar la empatía oscura. La vida de una persona con discapacidad vale tanto como cualquier otra. La verdadera empatía no se mide en palabras, sino en acciones.