Contar bien la historia

AGUSTÍN BENÍTEZ OCHOA
Miércoles 26 de Marzo de 2025 8:29 am
EN estos días de situaciones polarizadas, exageradas, vueltas drama, llevadas casi a extremos ridículos, se antoja un poco más de seriedad, madurez y hasta de sentido común (llamado también el menos común de los sentidos) en el análisis del escenario nacional.
Si se comienza por el principio, de acuerdo con ese escaso
sentido común, hay que aceptar que existe en el país una situación de desánimo
y temor ocasionada por el creciente poder de los delincuentes. Es evidente que
prevalece uno, y tristemente algunos más de los ranchos Izaguirre. Es decir,
sería una necedad no aceptar la existencia de una situación tal que provoca
tristeza e impotencia entre los familiares y amigos de los desaparecidos en el
territorio nacional, así como en la generalidad de la población mexicana.
De igual manera, es imposible negar la existencia de
crímenes cometidos en diferentes grados de horror en esos territorios poseídos
por la maldad y la deshumanización. Es también una vergüenza la necesaria
presencia de grupos de padres y madres buscadores, ajenos al Gobierno, que
debió ser el encargado y responsable desde hace décadas de que tales ausencias
no existieran, y en caso de que sucedieran, fuera igualmente responsable de
localizar a los desaparecidos. Pero los hechos ahí están. Los crímenes existen
y los lugares donde se realizan no son imaginarios.
Una primera acción de solidaridad con los familiares y
amigos de los desaparecidos es la empatía. Es absolutamente necesario ponerse
en el lugar de las víctimas de las desapariciones y, a partir de ahí, entender
su dolor y participar de su pena, que en algunos casos es difícil transformar
siquiera en duelo, porque una ausencia no es igual a una muerte; algunas veces
es más cruel por la incertidumbre que provoca. Vox populi dice: mata más la
duda que el desengaño, y para colmo, vox populi, vox dei.
Al respecto, el Gobierno de México, a través de la
presidenta de la República, ha tomado estos hechos como innegables y está
tratando de enfrentar la dolorosa realidad con acciones concretas, basadas en
criterios de objetividad y manejadas con razonamientos científicos. Ha
prometido que se conocerá la verdad de lo sucedido y ha dejado ya la
responsabilidad a las instancias legales correspondientes en un intento de
separarlas del ámbito político. En el poco tiempo que lleva gobernando, la
presidenta ha demostrado un carácter serio y una actitud de responsabilidad que
la hacen merecedora a un apoyo razonado de la ciudadanía.
Por tal razón, no es fácil entender la gigantesca campaña
de odio y desprestigio hacia ella y su gobierno. Es inconcebible la cantidad de
recursos humanos, técnicos y sobre todo económicos, que se destinan a la
difamación y el infundio; pero sobre todo es asombroso el cinismo del grito
estridente de los creadores del crimen denunciando a los supuestos culpables y,
en un esfuerzo inútil, tratando de esconder la sombra gigantesca del
sentenciado a decenas de años de prisión, el mismo que se encargó de la seguridad
nacional en sombríos años pasados.
Más valdría, dice otra vez la voz en el desierto, ser
solidarios con el país y actuar con decoro, dignidad y empatía.
Pero no, lo primero es el odio.