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Mi casa, mi lucha



RUBÉN DARÍO VERGARA SANTANA


Jueves 27 de Marzo de 2025 8:35 am


DICEN que mi casa parece una “casa de campaña de concreto”. Aunque esas palabras me lastimen, no puedo negar que tienen algo de verdad. Nuestro hogar es un pie de casa en el fraccionamiento Buenavista: una recámara, un espacio que hace de sala, comedor y cocina, un baño y un patio de buen espacio para “crecimiento”. Aquí vivimos mi esposa Teresa, mis hijos Margarita y Antonio, y yo. Es sencilla, pero es nuestra. Bueno, todavía la debemos, pero estoy seguro de que ya la pagamos, casi al doble de lo que me prestaron para comprarla.

Cuando nos mudamos, sentí una mezcla de orgullo y esperanza. Era el resultado de años de trabajo, de ahorros que parecían nunca alcanzar, de sacrificios que no se ven pero que pesan. Sin embargo, pronto llegaron los retos. La cama que con tanto esfuerzo compramos no cabía por la puerta del cuarto. Intenté de todo… nada funcionó. Al final, tuve que ajustarla. Con los muebles de la sala fue igual.

Con los días entendí que la casa no estaba diseñada para vivir cómodamente. No hay espacio para sueños, solo para lo esencial. Y, aun así, es nuestra. Cada rincón lleva nuestras huellas, nuestros intentos de hacerla un hogar.

Teresa es el pilar de este hogar. Trabaja en Macsa, así le siguen diciendo. Su rutina es agotadora. Sale de casa, de lunes a viernes, a las 2:30 pm y camina hasta La Parota para tomar el camión de Lipu. A las 4 pm comienza su jornada: ocho horas de pie, con dos descansos breves, uno para comer en 25 minutos y otro de apenas 20 para el break. Termina su turno a la 1 am, pero todavía tiene que esperar en fila para registrar su salida y tomar el camión de Lipu de regreso. Cuando llega, exhausta, se sienta a descansar, se sirve algo para cenar y, muchas veces, cae dormida antes de comer.

La miro y siento una mezcla de admiración y tristeza. Teresa es fuerte, pero no debería ser tan difícil. Ninguna madre o mujer debería trabajar en condiciones tan duras para sacar adelante a su familia. La desesperación económica nos impone ritmos inhumanos.

Mis hijos son mi orgullo y mi razón de luchar. Cada mañana los despierto con cuidado. Margarita siempre me sonríe, medio dormida. Antonio pone cara de fastidio, pero sé que está agradecido. Les preparo algo sencillo y los llevo a la escuela pensando que ellos merecen un futuro mejor. Al salir, se acompañan en el regreso a casa. La inseguridad que se vive la alejo de mi pensamiento; si la tengo presente, me obligaría a cuidar a mis hijos todo el tiempo que estuvieran fuera de casa.

Estas casas no fueron diseñadas pensando en las familias. Cada ladrillo y cada metro cuadrado responden a cálculos económicos, no a ideales de bienestar. En los pasillos y calles, los pleitos entre vecinos son el paisaje, con casas abandonadas, convertidas en bodegas de desechos, que guardan secretos que se conocen, pero no se dicen. Escondites de violencia.

Esa es la realidad. Hay un problema más profundo, uno que no se resuelve con subsidios ni créditos. Es la falta de una visión que entienda que un hogar es más que paredes y techos. Un hogar es el lugar donde la vida debería florecer, no marchitarse.

A pesar de todo, no pierdo la esperanza. Cada vez que veo a mis hijos reír, recuerdo por qué vale la pena. Sueño con un futuro donde Margarita y Antonio tengan oportunidades que yo no tuve. Miro a Teresa y veo en sus ojos el mismo sueño.

El Infonavit dice entender lo que significa tener un hogar. Que antes de decidir dónde edificar, coordinará esfuerzos con quienes trabajan por el bienestar de la comunidad.

Una casa no es solo un número en sus registros, el punto de partida de un futuro más justo. Es la diferencia entre crecer con estabilidad o con miedo. No se trata de promesas vacías ni de estadísticas maquilladas, sino de vidas, de sueños, de derechos. ¿Cuántas generaciones más tendrán que resignarse a pagar por viviendas que se caen a pedazos? Ya no es tiempo de discursos. Es tiempo de cumplir. Un hogar no se mide en metros cuadrados, sino en la vida y la dignidad que florecen dentro de él.