El riesgo de jugar con los conceptos

ROSA EVELIA VILLARRUEL FIGUEROA
Martes 01 de Abril de 2025 8:24 am
EN el lenguaje cotidiano, es común no detenernos a observar
si lo que decimos es coherente o no, o si va acorde al contexto al que nos
estamos refiriendo, y todavía más allá, si la congruencia está presente, porque
es ahí justo en donde el ojo crítico de la interlocución hace eco para
regresarlo corregido y aumentado, por lo general echando mano de los socorridos
memes o en comentarios por las redes sociales. Lo anterior sucede mucho a las personas que se dedican a la
política, tanto en campaña (si es el caso) como ya en funciones; la elaboración
de sus discursos los construye utilizando conceptos que puede que no les haga
eco a quienes van dirigidos, pero ellas o ellos ya pusieron a funcionar el
lucimiento pretendido. Entiendo que es una herramienta de la mercadotecnia; lo que
me parece hasta perverso es el uso desmedido e inconsciente, que puede llevar
al riesgo de colocar conceptos importantes a una idea simplista. Es el caso de
feminismos, sororidad, feminicidio y algunas violencias. Desafortunadamente, y
según comentarios que invaden las redes, más que su justo peso y significado,
se perciben como la moda en turno que hay que promover para vender mejor, como
si de un producto se tratara. Últimamente, se escucha mucho a la clase política femenina
recurrir en sus discursos el concepto “sororidad”, y ya que está en el
ambiente, valdría la pena brindar más información sobre ello, pues del
conocimiento pueden surgir la aceptación en la aplicación del mismo o el
cuestionamiento a su uso y abuso. El término “sororidad” es de reciente uso en lenguaje
cotidiano, pero ya Kate Millet lo utilizó cuando estaba en su apogeo el
movimiento feminista de la segunda ola. Y anteriormente, se documenta que el
escritor español, Miguel de Unamuno, planteó la conveniencia de darle un nombre
a la hermandad femenina y utilizó el término “sororidad”, que plasmó en su
novela La tía Tula (1921), para referirse al amor de hermanas. Igualmente, la Real Academia Española (RAE) aceptó como
valido el termino sororidad, definida como la relación de hermandad y
solidaridad entre mujeres, a fin de crear redes de apoyo que impulsen cambios
sociales hacia la igualdad, percibiéndose como iguales y en alianzas comunes,
pues si existe algo que nos hermana entre mujeres son las desigualdades,
violencias y opresiones. La doctora Marcela Lagarde, en 1989, hizo eco de este
término en español desde una perspectiva feminista, a partir de que lo escuchó
en otros idiomas: “encontré este concepto y me apropié de él”, señala la
doctora Lagarde, pues ya existe el término “frater” (hermano). Ahora,
utilizando la misma raíz “soror” (hermana), será posible referirnos a esa
complicidad entre mujeres. En la práctica, el concepto sororidad ya se utiliza más,
pues las feministas de ahora la hemos hecho nuestra, y la idea es que sea lo
más ampliamente conocida, pero más aun, comprendida en su justa dimensión, y no
permitir que caiga en la frivolidad de usarse como bandera para fines
políticos, como ya está siendo costumbre por algunas mujeres de la elite
gubernamental, tanto a nivel nacional como estatal. Cierto que se ha trabajado mucho para que, ahora, la unión
entre mujeres sea efectiva y afectiva, dándole un revés al sistema patriarcal,
siempre al acecho para seguir perpetuando su hegemonía que, dicho sea de paso,
algunos grupos de mujeres le siguen haciendo el caldo gordo; pero somos más
quienes estamos alerta a cualquier dejo de retroceso en esta y otras
pretensiones de regresar al pasado.
¿Cómo podemos darnos cuenta que en la práctica somos
sororas? Dejando de juzgar a nuestras iguales, respetar que las decisiones
sobre nuestro cuerpo son personales; no justificar la violencia hacia otras
mujeres, aunque no nos agraden y, respetar el ejercicio de nuestra sexualidad,
que es personal. No nos arriesguemos a perder lo que con tanto esfuerzo hemos
ganado.