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La igualdad se practica y fiscaliza



JUEVES POLÍTICO


Jueves 10 de Abril de 2025 7:25 am



COLIMA tiene leyes que reconocen la igualdad laboral entre hombres y mujeres, sí. Pero en la práctica, ser mujer en el mercado laboral colimense sigue saliendo más caro: se trabaja más, se gana menos y se accede a menos derechos.


La brecha salarial en el estado no es solo una cifra incómoda: 22 por ciento menos que los hombres en promedio, y hasta 35 por ciento menos en la economía informal, de acuerdo con cifras del Inegi. Es una evidencia clara de que los discursos institucionales no están transformando la vida diaria de las mujeres. En el campo, en los restaurantes, en las empacadoras, en los hospitales, las cifras revelan una estructura laboral que penaliza el género con normalidad. Y lo peor: se sigue justificando con prejuicios. El 67 por ciento de los hombres en Colima cree que las mujeres ganan menos porque “trabajan menos horas”.


Pero la realidad es que ellas trabajan más. El trabajo doméstico no remunerado -que sostiene la vida y también la economía- recae principalmente en las mujeres, con un promedio de 4.5 horas diarias frente a las 1.7 de los hombres, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo. A eso hay que sumarle la jornada laboral informal, sin contrato, sin guarderías, sin seguridad social. No es que las mujeres no trabajen: es que el sistema no las reconoce como sujetas plenas de derechos laborales.


Aunque desde el Congreso de la Unión se han dado pasos como incluir el concepto de brecha salarial en el marco legal -una propuesta impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum-, aún no se legisla su implementación efectiva. Es decir, sabemos que existe una desigualdad estructural, pero seguimos sin mecanismos para erradicarla.


El IMCO ha señalado lo evidente: no basta con decir que hay una brecha; hay que medirla, hacerla pública y sancionar su existencia. Empresas que ocultan sus rangos salariales, promociones que nunca llegan para las mujeres, entrevistas de trabajo que preguntan por hijos y no por habilidades, todo eso perpetúa una cultura laboral excluyente.


Mientras tanto, las mujeres siguen siendo mayoría en las aulas universitarias, pero minoría en los cargos directivos. La falta de estancias infantiles en los centros laborales (solo el 12 por ciento las ofrecen en Colima) se convierte en una barrera más para su inserción y permanencia. Las leyes no sirven si no se fiscalizan, si no se exigen resultados concretos, si no se acompañan de políticas públicas ambiciosas, financiamiento real y voluntad política.


La pregunta no es si la ley dice que hombres y mujeres deben ganar lo mismo. Eso ya lo sabemos. La verdadera pregunta es: ¿quién se está beneficiando de que eso no ocurra? ¿Y qué vamos a hacer al respecto, más allá de repetir que estamos “comprometidos con la igualdad”?


 


PAIBIM, llamado


a la acción


 


EL Programa de Atención Integral para el Bienestar de las Mujeres (PAIBIM), publicado en el Diario Oficial de la Federación hace poco más de un mes, establece lineamientos que a nivel estatal se deberán seguir para garantizar el acceso de las mujeres a una vida libre de violencia de cualquier tipo, esto en la medida de lo posible.


A pesar de que se toman acciones para promover la equidad y seguridad de las mexicanas, la realidad revela una brecha preocupante entre el marco normativo y la experiencia cotidiana de muchas de ellas.


Según datos recientes del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, la violencia familiar se ha convertido en uno de los delitos más frecuentes en Colima, con 646 denuncias registradas en los primeros 2 meses de 2025. Esta cifra, aunque vuelve cuantificable la prevalencia de la violencia, por otra parte refleja la valentía de las víctimas que se atreven a romper el silencio.


La violencia familiar, entendida como cualquier acto de poder o agresión dentro de la familia, adopta múltiples formas: física, psicológica, sexual, económica o patrimonial. Sus víctimas suelen ser las personas más vulnerables del hogar, como las mujeres, niñas, niños, adultos mayores o con alguna discapacidad.


Para abordar la problemática se requiere un enfoque integral que abarque la prevención, la atención, la sanción y la erradicación de la violencia; por eso, lo que plantea el PAIBIM resulta viable. Implementar el programa implica capacitar y fortalecer a las instituciones y funcionarios relacionados al tema, en especial a las instancias que trabajan por y para mujeres.


Otro punto importante que establece el PAIBIM es el empoderamiento de las mujeres, para que puedan romper el ciclo de la violencia. Con relación a ello, se tiene como precedente todo evento, taller y feria que garantice el acceso a la educación, al empleo y a los recursos económicos para las mujeres, como los que en Colima se han realizado sin importar el mes o la conmemoración, tanto por parte de la administración estatal como de los ayuntamientos.


La creación de espacios seguros, la capacitación de personal especializado y la coordinación efectiva entre las instituciones que trabajan en la prevención y atención de la violencia de género, son pauta para que el PAIBIM cumpla su propósito, que no es otro sino avanzar en materia de igualdad sustantiva, autonomía, prevención y atención de la violencia.


 


Carreras sin género


 


¿CUÁNTAS veces no hemos escuchado, dentro del ámbito educativo, expresiones como “hay carreras para mujeres” y “carreras para hombres”? Bastantes, ya que, lamentablemente, estas ideas siguen reproduciéndose con frecuencia, perpetuando estereotipos que limitan las aspiraciones de muchas personas, especialmente de las mujeres. A menudo, se asegura que ellas tienden a elegir carreras vinculadas con el desarrollo de habilidades blandas, como la comunicación, el trabajo en equipo o la empatía, mientras que los hombres se inclinan por profesiones donde predominan el pensamiento lógico-matemático, el conocimiento técnico y el uso de herramientas tecnológicas.


Aunque en la actualidad las carreras profesionales están abiertas para todas y todos, la realidad muestra que persiste una marcada desigualdad en cuanto a la elección de ciertas áreas del conocimiento. En México, por ejemplo, solo tres de cada 10 profesionistas en campos STEM (es decir, aquellos relacionados con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas) son mujeres. Esta baja representación no se debe a una falta de capacidad o interés, sino a una serie de barreras sociales y culturales que dificultan su acceso y permanencia en estas disciplinas.


Entre los principales obstáculos que enfrentan las mujeres al considerar una carrera en ingeniería o en cualquier otra área STEM, destacan los estereotipos de género y las normas sociales que aún definen qué es “apropiado” para cada sexo, y estas creencias no hacen más que limitar el potencial de muchas jóvenes desde etapas tempranas de su formación académica, al desalentar su participación en materias científicas o técnicas y reforzar la idea de que esos campos no les corresponden.


Para superar estas barreras no solo se necesita promover el acceso equitativo a la educación, sino también transformar los estereotipos sociales que siguen condicionando las decisiones vocacionales; por lo que resulta más que necesario el fomentar una cultura educativa que aliente la participación de las mujeres en todos los ámbitos del conocimiento.


Recordemos que una mujer puede estudiar, hacer y trabajar en lo que desee; el género no debe ser un límite para definir sus capacidades, sus intereses o sus aspiraciones profesionales. Ya que no hay razón válida para seguir estereotipando las carreras o los puestos laborales como si pertenecieran exclusivamente a uno u otro sexo. Las habilidades, el talento y la vocación no tienen género, y encasillar a las personas en ciertos roles con base en ideas preconcebidas solo perpetúa la desigualdad.