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Aquellos “días de guardar”



ROSA EVELIA VILLARRUEL FIGUEROA


Martes 15 de Abril de 2025 8:49 am


NO brincar, correr o gritar, escuchar música o cantar, a menos que fueran alabanzas y dentro de la iglesia. Eran solo algunas acciones que estaba totalmente prohibido realizar en aquellos tiempos, cuando la Semana Santa junto con la Natividad eran las fechas más importantes del año y había que seguir al pie de la letra todas las consignas derivadas de ellas, pues, de lo contrario, la sensación de condena eterna estaba presente todo el tiempo y el estatus de transgresores era la carga más que había que llevar todo el año. Claro, si lo confesabas al sacerdote o te redimías, posiblemente el castigo menguaba, pero nunca desaparecía.

Para niños y niñas, estos días eran un verdadero sacrificio, máximo que las obligaciones religiosas se extendían a ella y ellos, y había que permanecer por largos lapsos instalados al interior de las iglesias, en franco rezo o conservando una quietud aburrida; eso, más el murmullo de los rezos y el humo del incienso, generaba un tipo de somnífero que hasta las personas adultas sucumbían a los ansiosos brazos de Morfeo.

Estas costumbres las respetaba todo el mundo. Los ayunos era una forma de purificar cuerpo y alma, la abstinencia sexual era obligatoria, impensable ni siquiera un contacto físico, pues si alguien se atrevía a desobedecer se convertía en ofensa mayor y el pecado había que vomitarlo en su momento. Así, acatando también pasajes de la Biblia, los menús cambiaban de ingredientes: solo pescado y verduras, prohibidas carnes rojas y licores en exceso, vino espiritoso solo para sacerdotes. De ahí, el dicho popular vigente hasta nuestros días: “cuando el pobre tiene para carne, es vigilia”.

Como toda evolución humana, las costumbres también se modifican y le dan paso a otras necesidades que las personas vamos demandando, sobre todo de tipo pagano. La iglesia católica lentamente ha ido perdiendo adhesión a sus costumbres ancestrales, sobre todo con la aparición o consolidación de otras religiones, para las cuales estas costumbres carecen de importancia. Hoy día, observamos casi en todo el mundo, iglesias vacías y playas o centros turísticos llenos.

Atrás quedaron los tiempos en que de jueves a domingo era obligatorio el descanso, hoy solo es el viernes; sin embargo, vemos a comercios y tiendas de servicio abriendo al público los 365 días del año, lo que me lleva a la reflexión, por un lado, de la existencia de un contubernio, perverso, además, entre la iglesia y los dueños del dinero, para que la explotación siga su curso y la brecha entre pobres asalariados y ricos, continúa; y por otro, la pobreza rampante que obliga a las y los trabajadores a cerrar los ojos entre la obligatoriedad religiosa o la sobrevivencia.

Si bien es cierto que una de las luchas sociales, sobre todo de los últimos tiempos, es que la Iglesia no se involucre en cuestiones de tipo político, más otras que le corresponde solo a la ciudadanía, la conveniencia sigue permeando las relaciones Iglesia-Estado-Capital, pues en la derrama económica que sugiere estos días, donde la mayoría de las personas rompen el cochinito para permitirse unos días de descanso, este triángulo es el mayormente beneficiado de ello.

Anteriormente, las personas de escasos recursos acudían a los ríos o parajes a paliar un poco el calor y dar paso a la diversión de forma gratuita, pues sabíamos que no tenían dueños y pertenecían a la comunidad, pero hasta ahí ha llegado la ambición desmedida. Ahora (nuestro estado es testigo de ello), desde la entrada hay que pagar, y no poco en algunos casos, para hacer uso del espacio, el agua corriente que tendría que ser gratuito, los baños y hasta el mobiliario.

Así las cosas. Hoy día, en el mundo y nuestro país, aquellos “días de guardar” ya no son tal. Y no es que sean altamente preocupantes los cambios actuales, al contrario, sino las manipulaciones y desigualdades que se siguen construyendo en torno a ellos. Vaya esta reflexión a propósito de la Semana Santa.