El derecho que no se paga, se garantiza

RUBÉN DARÍO VERGARA SANTANA
Miércoles 23 de Abril de 2025 8:31 am
EL acceso a una vivienda digna no debería ser una
aspiración inalcanzable, sino una garantía. Pero en nuestro país, ese acceso se
ve condicionado por el crédito, por la informalidad del empleo, por la
localización de la tierra. Hoy, gran parte de los lotes urbanizados al norte de
la ciudad de Colima permanecen desocupados, esperando a que quienes “sí pueden
pagar” accedan a servicios de primera. Mientras tanto, al sur, usted y yo
sabemos cómo está el asunto: viviendas con servicios mínimos, transporte deficiente,
y una comunidad olvidada por las políticas públicas. Y es que la pobreza no se aísla sola. Es aislada. No la
excluye quien la padece, sino quien solo la atiende cuando la necesita. La
pobreza es usada, vendida, moldeada. Se vuelve rehén de los intereses de unos
cuantos. Pero la dignidad no puede depender del mercado, ni del lucro, ni del
capricho. Ser pobre en este país es cargar con etiquetas, enfrentar
estructuras que niegan oportunidades y que administran los derechos como
favores. La pobreza no es una identidad, es una consecuencia. Y cuando una
ciudad fragmenta a sus habitantes entre zonas de oportunidad y zonas de
abandono, niega la posibilidad de una dignidad compartida. La dignidad, en este contexto, no es un concepto abstracto:
es vivir sin miedo al desalojo, es saber que el techo no depende de una deuda
impagable. Es poder emprender un negocio desde casa sin que la distancia o la
inseguridad lo impidan. Es que tu esfuerzo no se pierda en el aislamiento, sino
que florezca en comunidad. El emprendimiento debería ser una vía para lograr esa
dignidad. Pero muchos trabajadores informales, comerciantes, mujeres
autoempleadas o jóvenes con ideas propias no acceden a créditos ni programas de
vivienda porque no caben en los moldes establecidos. Ahí donde hay creatividad
y esfuerzo, el Estado debería ver futuro, no riesgo. No se trata solo de construir casas. Se trata de construir
comunidad. Porque una vivienda sin conexión, sin entorno, sin planeación, no es
una solución: es una forma de confinamiento. Una ciudad que empuja a los más
pobres a las periferias los aleja también del empleo, de la salud, de la
esperanza. Existen modelos posibles. En Alemania, por ley, los
desarrollos deben mezclar niveles socioeconómicos. No se trata de copiar, sino
de tener la valentía de imaginar un modelo mexicano con justicia, visión y
voluntad política.
La vivienda es un derecho humano que el Estado tiene la
obligación de garantizar, actuando con prontitud, resolviendo con justicia, y
colocando al solicitante en espacios donde su dignidad se respete. Porque no
basta con poner techo: hay que poner suelo firme donde la vida de las personas
tenga valor, sentido y futuro.