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INNOVEMOS ALGO ¡YA!



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA

Dignidad, libertad y verdad


Martes 29 de Abril de 2025 8:10 am


En el vertiginoso fluir de nuestros días, donde la inmediatez devora cualquier atisbo de contemplación, hemos ido abandonando, casi sin percibirlo, uno de los más valiosos tesoros que nos hace humanos: la reflexión filosófica. Este abandono no es inocuo ni trivial; es el silencioso veneno que deforma nuestra mente, nuestra alma y nuestro ser en su totalidad.

¿Te has preguntado alguna vez por qué conceptos tan fundamentales como la dignidad, el honor y la fe parecen diluirse en nuestro tiempo, convertidos en meras palabras que invocamos mecánicamente, despojadas de su profundo significado? La respuesta puede encontrarse en que hemos invertido el orden natural de las cosas: cuando estos principios no brotan desde lo interno hacia lo externo, cuando no emergen de una hondura reflexiva, inevitablemente se contaminan del vacío enajenante que nos rodea.

Como nos advertía Kant, ese gigante del pensamiento que iluminó la Ilustración, el ser humano cae en la "minoría de edad" cuando renuncia a pensar por sí mismo, cuando delega en otros la tarea de reflexionar sobre las grandes cuestiones que atraviesan su existencia. "¡Sapere aude!" —¡Atrévete a saber!— fue su grito de batalla contra la comodidad de la ignorancia autoimpuesta. Porque, nos decía, la libertad no es hacer lo que nos place, sino la capacidad de autodeterminarnos según principios racionales y universales.

Y es aquí donde tocamos la paradoja más fascinante: nos creemos libres cuando seguimos irreflexivamente los dictados de la masa, los impulsos del momento o las corrientes de pensamiento en boga. Pero la verdadera libertad comienza precisamente donde se inicia la reflexión. Nace en ese espacio sagrado donde examinamos críticamente las creencias recibidas y donde, tras el fuego purificador del cuestionamiento, florece la convicción reflexiva del ser consciente.

Nos hemos convertido, sin darnos cuenta, en abismos andantes. Vacíos existenciales que deambulan buscando llenarse con experiencias cada vez más intensas, pero igualmente efímeras. Y lo más inquietante es que esta transformación ocurre con nuestra autorización obnubilada, con ese asentimiento tácito que damos cuando renunciamos a la ardua pero necesaria tarea de pensarnos a nosotros mismos y al mundo que habitamos.

La dignidad humana, ese concepto angular en la filosofía kantiana, no es algo que pueda imponerse desde fuera. No es un título que otros nos otorgan, sino un valor intrínseco que reconocemos en nosotros y en cada ser humano a través de la reflexión profunda sobre nuestra naturaleza. Cuando abandonamos esta reflexión, paradójicamente, nos entregamos a fuerzas que nos despojan precisamente de esa dignidad que nos define.

¿Y qué decir del honor? No ese honor superficial que se sustenta en la aprobación externa, sino ese sentido íntimo de coherencia entre nuestros principios más elevados y nuestras acciones cotidianas. Sin reflexión filosófica, el honor se convierte en mera reputación, en apariencia sin sustancia.

En cuanto a la fe, despojada de su dimensión reflexiva, se transforma fácilmente en dogma ciego o en mero ritualismo vacío. La fe auténtica, en cambio, implica un constante diálogo interior, una búsqueda que no rehúye las preguntas difíciles, sino que las abraza como parte del camino.

Pero hay esperanza. El mismo Kant, después de revelarnos los límites de nuestra razón pura, nos habla de una libertad que trasciende el mero determinismo natural. Una libertad que se encuentra, paradójicamente, en el sometimiento voluntario a principios morales que reconocemos como universales. Y es aquí donde la gratitud y la humildad emergen como fuerzas transformadoras.

La gratitud nos permite reconocer que no somos los autores de nuestra propia existencia, que somos seres en relación con otros y con algo que nos trasciende. La humildad, por su parte, nos recuerda nuestros límites, pero también nuestra capacidad de superarlos a través del pensamiento y la acción ética.

¡Innovemos algo Ya! Recuperemos el valor de la reflexión filosófica no como un lujo académico, sino como una necesidad vital. Atrevámonos a cuestionar las certezas cómodas y a examinar los fundamentos sobre los que construimos nuestra vida. Porque es precisamente en ese ejercicio crítico donde encontraremos la libertad auténtica, esa que no nos esclaviza a nuestros impulsos ni a las opiniones ajenas, sino que nos permite ser verdaderamente autores de nuestra existencia. Y quizás descubramos, como sugería Kant, que la libertad absoluta no está en la ausencia de límites, sino en el reconocimiento agradecido de nuestra naturaleza y en la fuerza innegable de la humildad.

 

Terapia presencial y online, con la autora de esta columna en: innovemosalgoya@gmail.com