Que mi voz se escuche

RUBÉN DARÍO VERGARA SANTANA
Miércoles 30 de Abril de 2025 8:14 am
SOY María, una mujer trabajadora, madre que se levanta
antes que el sol para enfrentar un nuevo día en la maquiladora. Durante años,
he aprendido a modular mi voz, a ajustarla a las circunstancias. Mi voz tiene
poder, pero sé cuándo debo guardarla y cuándo alzarla para que me escuchen. No
es fácil encontrar el equilibrio entre ser escucha y ser escuchada. Mi voz es
una herramienta estratégica que uso para negociar, exigir lo justo, y, en
ocasiones, ceder, pero sin perder de vista mi valor y lo que mi trabajo
representa. Sin embargo, esa misma voz, tan fuerte y decidida en el
trabajo, no ha logrado consolidar un hogar en el que todos estemos bien. El
abandono paternal se hizo presente, la indolencia y la omisión alimentaria
crecieron. El cuidado de mis hijos ha recaído sobre mí. Con amor y
responsabilidad, he sostenido a mi familia, porque sé que es un derecho de mis
hijos, no una obligación. No lo hago por sacrificio, sino porque ellos son mi
vida, y aunque la carga a veces es pesada, mi amor me da la fuerza para seguir
adelante. Mi voz sigue firme, defendiendo a mis hijos y mi hogar, porque el
amor y el esfuerzo son lo que nos mantiene unidos. A pesar de mi lucha constante para sacar adelante a mi
familia, mi voz rara vez se escucha donde podría marcar la diferencia. Yo, que
creo riqueza y pongo mi energía para producir lo que mueve la economía, nunca
veo esos frutos reflejados en mi vida. Ensamblo cables para autos de lujo, que
tal vez jamás conduciré. Mi trabajo genera ganancias para unos pocos, pero no
me alcanza ni para cubrir lo más básico. No es justo que el sistema dependa
tanto del trabajo de personas como yo para sostenerse, mientras nos excluye de
los beneficios que ese esfuerzo genera. Las cifras y logros que celebran no pueden ser la medida
del éxito si no se ven reflejados en la calidad de vida de las personas que
realmente sostienen esa economía. La desconexión entre los números y la
realidad de los hogares como el mío debería preocuparnos. Es hora de que
entendamos que el verdadero progreso no se mide solo en estadísticas; se ve en
las calles, en las casas, en los ojos de las personas que luchan, como yo, por
salir adelante. Es necesario reconocer que el trabajo no debe ser solo un
medio para alcanzar metas económicas, sino un derecho que se respete y valore,
un camino hacia una vida digna. El esfuerzo debe reflejarse en un bienestar
tangible. Si no es así, algo no está funcionando. El bienestar no se mide solo
en el crecimiento de las empresas, sino en el bienestar colectivo. Es lo que
necesitamos: un sistema que valore y cuide a quienes realmente lo hacen
funcionar. La maquiladora emplea a más de mil personas solo en el
primer turno. Genera trabajo, sí, y es importante. Pero debemos ir más allá.
Cada uno de esos más de mil trabajadores tiene una historia, una familia que
depende de su esfuerzo. Esas historias de vida no pueden ser ignoradas. No
quiero que me miren como una pieza más del engranaje que mueve la economía.
Quiero que mi trabajo sea reconocido como un derecho a tener lo que todos
merecemos: acceso a una vida mejor, a la educación, a la salud, a una vivienda
digna. No pido privilegios. Solo pido equidad. Mi cansancio es
evidente, pero mis ojos reflejan una verdad profunda: el verdadero progreso se
mide en el bienestar colectivo. No en estadísticas vacías que se celebran en
las oficinas, sino en casas donde se lucha por salir adelante. Entiendo que el empleador también enfrenta desafíos, pero
necesitamos un compromiso mutuo. Es crucial que empleadores y trabajadores nos
reconozcamos como aliados. Solo así, las empresas pueden crecer de manera
sostenible y los beneficios pueden llegar a todos los que lo hacemos posible.
Este 1 de mayo, que no nos baste con discursos vacíos ni
con cifras frías. Que el aplauso no suene solo en los salones oficiales,
también en las casas humildes donde se lucha por sobrevivir. Que mi voz se
escuche, no por lástima, sino por justicia. El verdadero progreso se escribe
con todas las voces. Cuando finalmente escuchemos mi voz, tal vez empezaremos a
construir un país donde el trabajo no solo sea rentable, sino digno, equitativo
y humano.